No hay mejor lugar que los brazos de mamá

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He vuelto a escribir

¡Hola a todos!¡Cuánto tiempo!

Llevo meses desconectada del blog y de las redes sociales, alguna pequeña publicación en Facebook o en Instagram de vez en cuando, pero poco más. Hoy me he conectado al blog y he visto que llevo sin publicar nada desde el verano, pero han pasado tantas cosas desde entonces…

Hacer un resumen de estos meses va a resultar un poco complicado, aunque lo intentaré.

He tenido y sigo teniendo unos problemas en casa de los que me encantaría hablar, pero no puedo. ¡Cuántas noches de desesperación he tenido ganas de sentarme y ponerme a escribir mis penas y dificultades, desahogarme contándolo todo! Pero no puedo, me han recomendado que mejor no hable de esto en público, por aquello de que nos conocen y quizás, ahora o en un futuro, pueda tener alguna repercusión. Pero estoy pasando unos momentos bastante complicados. Tanto, que la psiquiatra me ha puesto antidepresivos y ansiolíticos. Pero bueno, gracias a la medicación, las sesiones con la psicóloga, la familia y los amigos con los que puedo contar y alguna otra institución implicada, voy llevándolo cómo puedo, y esperando que las cosas se solucionen pronto.

Por otro lado, hace meses volví a cambiar en el trabajo, más bien, me cambiaron. Me cambiaron de servicio y de horario. Al principio, tener que trabajar por las tardes me hizo derrumbarme un poco. Y, además, en la planta de hospitalización de oncología. Cuando me dieron la noticia del cambio lo llevé bastante mal, ¿cómo iba a apañarme con los niños si tenía que trabajar de tarde? ¿Me iba a gustar el servicio? Pues bueno, después de los primeros días, en que cuesta adaptarse a los cambios, me encantó. Tanto es así, que tras un mes en horario de tarde en onco, me propusieron volver a mi antiguo servicio y lo rechacé. Ya llevo varios meses trabajando aquí y me encanta. Sé que, para mucha gente, sobre todo personas que no trabajan en el ámbito de la salud, es difícil de entender que se pueda trabajar con personas que están muy enfermas y muchas de ellas, en las últimas etapas de sus vidas. Es duro, está claro y hay personas que duelen más que otras, la gente joven, las personas con un carisma que te hacen quererlas desde el primer momento, tener que perderlas cuesta y a veces te vas a tu casa con la pena. Pero también me voy a casa reconfortada, con la seguridad del trabajo bien hecho, con la tranquilidad de saber que he podido acompañar a los pacientes y a sus familias en unos momentos duros, saber que no han sufrido, que las he reconfortado, que he hecho todo para minimizar el trauma. Es increíble cómo la gente agradece los pequeños gestos en estos duros momentos. Y eso te hace valorar la vida un poquito más, las pequeñas cosas, los pequeños momentos. Me encanta mi trabajo, me encanta ser enfermera y ayudar a la gente. Sigo con la reducción de jornada, así que intento trabajar festivos, fines de semana y noches, para poder dejar a Sara en casa de los abuelos esos ratos, pero luego poder disfrutar de ella el resto del día o del fin de semana. Indudablemente, preferiría trabajar por la mañana, pero de momento, no llevo mal el horario ni ella tampoco. Estoy muy feliz en el terreno laboral, me encanta ir a trabajar.

Resumen de mi estudio para las oposiciones

Y siguiendo con el tema trabajo y horario, están las oposiciones. Uf, madre mía, qué desanimada estoy. Me apunté a la academia, que, por cierto, me costó un dineral, con muchas ganas de estudiar y de prepararme. Pero según iban pasando los meses, me fui desinflando. Quizás es por la rabia de saber que, para aprobar una oposición de enfermería, pesan más conocimientos que nada tienen que ver con la profesión que la propia experiencia. Es cierto que dentro del ámbito de la salud hay distintas disciplinas. Es cierto que hay enfermeras que no ejercen de cuidadoras, si no de investigadoras, de directivas, de estadistas, de estudiosas. Las respeto, evidentemente y si les gusta su trabajo, las admiro por ello. Pero la realidad es que la inmensa mayoría de las enfermeras trabajamos de cara al cuidado directo del paciente. Según los últimos estudios y datos de anteriores oposiciones de enfermera, los temas que más peso han tenido en otros exámenes y que más interesa dominar para aprobar estas son: investigación, metodología enfermera, gestión, planificación, calidad, atención primaria, ética y legislación, demografía… Y en cambio, temas reales de la enfermera, como técnicas de enfermería, cuidados del anciano, del recién nacido, digestivo, ginecología, urgencias, infecciosas…van disminuyendo su importancia. Así que cuando empecé a ir a la academia y a hacer simulacros de anteriores exámenes, en los que la mayoría de las preguntas tenían que ver con temas que nunca había usado, que me resultaban complicados y desconocidos, y en cambio, temas reales del día a día, conocimientos necesarios para prestar un buen cuidado a nuestros pacientes casi no se tenían en cuenta, me fui decayendo. Me cuesta entender que se valore más este tipo de conocimientos para una oposición general de enfermería que la propia experiencia o el conocimiento innato de la profesión. Así que poco a poco, lo he ido dejando, he ido aparcando el estudio de algo que no me gusta y no me entra por otras cosas más importantes que hacer. Sé que es un error, que después de tantos años trabajando tengo muchas posibilidades de sacar la plaza, pero mentalmente no me veo preparada. Quedan un par de meses para el examen y como no me entre una neura a última hora, que por otro lado será absurdo, no creo que haga mucho.

He vuelto a retomar el deporte, que había aparcado un poco por estudiar. Bueno, nunca lo dejé del todo, pero ahora llevo unos meses más en forma que nunca, voy al gimnasio dos o tres veces por semana e intento salir a correr al menos un día. Incluso me he apuntado a una carrera de obstáculos en abril, ya os contaré. Hacer ejercicio físico me resulta estimulante, me despeja, además de los beneficios que tiene para la salud.

En diciembre se me estropeó el coche, una avería gorda de esas de 1000€ la reparación. Le di muchas vueltas a gastarme tanto dinero en un coche más o menos antiguo y al final, me lie la manta a la cabeza y el día de Nochebuena estrené coche nuevo. Uno bastante más pequeño, antes tenía un monovolumen de 7 plazas, pero siendo sincera conmigo misma, ya no necesito tanto coche, al final, el 99% de las veces vamos Sara y yo solas. Así que ahora tengo uno muy mono, con todos los extras y seguridades del mercado y tanto Sara como yo estamos contentísimas. 

Los niños se siguen haciendo mayores, Lucas tiene 17 años y Sara 7, el otro día fue su cumple, en unos días os cuento la fiesta. Y bueno, ellos crecen y el resto también, que yo cumplí 44 hace unos meses.

Ah, y una cosa emocionante. El 5 de mayo nos vamos de viaje a Disneyland Paris. Mi hermana y yo con las dos niñas. Podéis imaginar cómo estamos de emocionadas las 4, no sé si estamos más contentas las niñas o las mayores, jeje. Tenemos el viaje contratado desde noviembre y vamos contando los días que faltan. Ya están todos los preparativos, sólo queda que llegue y disfrutar. Ya os lo contaré también.

Las circunstancias de la vida me han enseñado a vivir el momento. Por eso disfruto cada día todo lo que puedo. Intento hacer muchas cosas de ocio con Sara. Salimos, vamos a conciertos, a teatros, a correr o montar en bici. Lo de Disneyland es un desembolso grande, pero la verdad es que, desde noviembre, pagando poco a poco cada mes, se hace llevadero.

El musical El Mago de Oz en el Teatro Maravillas es altamente recomendable

También salgo bastante más que antes, a cenar y a disfrutar con las amigas. Algunos días de diario, cuando Sara ya está dormida y su hermano está en casa para hacer de canguro, me lo dedico a mi. Es importante tener tiempo para una misma y compartirlo con las amigas se vuelve indispensable. Hablar con otras mujeres, compartir momentos ante una taza de café por las mañanas o ante una cena, te da otra perspectiva de la vida, te hace sonreír. Las amigas son esas personas con las que puedes contar en los buenos y en los malos momentos y la amistad hay que cuidarla.  Aunque no hay tiempo para hacer todo lo que me gustaría, intento mantener esas amistades que llevan ahí toda la vida, amigas del instituto a las que veo menos de lo que me gustaría. Y cultivar amistades nuevas, por supuesto. Y cuando puedo, viajo. En enero estuve en Tenerife y hasta tuve suerte con el tiempo y pude ir un día a la playa.

Seguro que me quedan cosas en el tintero de estos meses, pero así, en resumen, es lo más importante. Me gustaría retomar algo de tiempo para el blog, para seguir contando cosas de mi día a día, de mis preocupaciones e inquietudes, a ver si saco tiempo. De momento, prometo hablar del cumple de Sara en unos días.

Muchas gracias a todos y a todas por estar ahí, por seguir compartiendo publicaciones del blog, por seguir leyendo cosas que publiqué hace mucho tiempo. Me hace muchísima ilusión cuando veo que alguna de mis publicaciones sigue activa, cuando alguna persona me escribe para decirme que me echa de menos, gracias a todos por estar ahí. Besazos.

Lo que no me contaron sobre los cinco años

 

Mucho se habla en la literatura infantil de los terribles dos años, esa edad en la que nuestros peques empiezan a tener conciencia de sí mismos, de su papel en el mundo, esa época de rabietas, gritos y enfados, en la que aún no saben muy bien cómo controlar todo lo que pasa en su mundo. Yo misma escribí sobre ello aquí.

Después de esos años, parece que la cosa se calma un poco, hasta que llegan lo que los anglosajones llaman “the terrible fours”, una etapa llena de conflictos, sobre la que acabo de caer que escribí hace apenas medio año. Vamos, que hace 6 meses ya estaba bastante desesperada y compruebo que la cosa sigue por el mismo camino.

Así que los terribles cuatro no se quedan ahí, siguen y siguen y lo vivo cada día.

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Tengo una maravillosa hija de cinco años, alegre, divertida, independiente, intrépida (este blog nació por ella, así que ya la conocerás). Por lo general es así, dicharachera, graciosa, cariñosa. Pero hay días que se levanta con el cable cruzado y lo peor es que esos días cada vez se repiten con más frecuencia.

Vale que los días de cole, con los madrugones, esté más irascible, está cansada. Eso serviría de justificación si no fuera porque los fines de semana, o ahora que está de vacaciones, hace lo mismo. Ya desde que se despierta protesta, no quiere desayunar (y no porque no tenga hambre, sino porque quiere hacer otras cosas). Conseguir que vaya a la cocina, sin dramas, es un triunfo. Al rato, cuando estamos en casa, se enfada si le pido que haga algo, como recoger su habitación o lavarse los dientes. Grita si le digo que tenemos que salir a la calle, o que no puede ver la tele porque hay más cosas que hacer. Se enfada si no le doy chuches a media mañana (me niego a que coma porquerías, todo lo que entra en casa es lo que le han dado en alguna fiesta de cumple y en cuanto puedo y no me ve, hago limpieza y lo tiro) y llora porque tiene hambre y quiere patatas fritas o galletas y yo le ofrezco fruta o lácteos. Gruñe si se tiene que lavar las manos para comer, poner la mesa, dejar lo que está haciendo; se enfada si no le doy un helado después de haberse inflado a comer, si tenemos que salir después, si no tenemos que hacerlo…Vamos, es un continuo enfado de la mañana a la noche.  Ella tiene muy poca paciencia y un alto nivel de exigencia.

Estos enfados se producen de dos maneras. La primera son los llantos. Desde hace unos meses, llora a todas horas y por todo motivo. Lloriquea para pedirme las cosas o llora desconsoladamente si yo le pido algo y no le parece bien. Llora si se han terminado sus galletas favoritas o si la camiseta que quiere ponerse está para lavar. Entiendo que cada niño tiene su propia personalidad y hay que respetarla; eso hago, o por lo menos, lo intento, porque oírla llorar y llorar sin motivo aparente, pedir las cosas llorando cada dos por tres, confieso que termina sacándome de mis casillas.

La otra forma en la que se producen sus enfados es con negativas y gritos. El no es su palabra favorita. La usa en todo momento del día. Que le digo que tiene que ducharse, me dice que no, que no quiere, grita para demostrar su negativa y me mira desafiante. Si le digo que tenemos que marcharnos y que vaya a vestirme, me dice que no, que ella no se viste y además, lo dice gritando. ¡¡Se va de donde está dando un portazo!!Y de nuevo, yo, que intento tener paciencia, me veo a veces desbordada. ¿No tengo bastante con las peleas con mi adolescente, para que ahora mi hija de 5 años se comporte igual?

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Cada día pongo en marcha las cientos de técnicas que se me ocurren. Evidentemente, le pido las cosas por las buenas, le ofrezco posibilidades (venga, te dejo un ratito más lo que estás haciendo y luego hacemos lo que quiera que tengamos que hacer…), dejo que ella elija, que tome decisiones (o que crea que las toma), pero la mayoría de las veces no me funcionan las tácticas.

Los días que se los pasa llorando, analizo qué le ha podido pasar, si está más cansada, si está triste por algo. Hay días que le encuentro sentido, pero por lo general, no veo motivo para su tristeza. Hablo con ella y le pregunto y me dice que no sabe qué es lo que le pasa. Eso me hace sentir un poco culpable, debería ser una niña alegre y feliz y me entristece tanto escucharla llorar…

Tengo que asumirlo, mi hija sigue creciendo, tiene una personalidad única y fuerte y una voluntad de hierro. La quiero con sus berrinches, sus explosiones de mal humor, sus malas ideas, eso la hacen ser justo como es. Porque también es fantástica, maravillosa, amable, divertida, cariñosa. Soy yo la que tiene que aprender a aceptar que estas demostraciones son un paso más hacia su desarrollo como persona. 

Cosas de niños

Nuestros peques, esos que cuando hablan dicen unas cosas que nos hacen pensar, que nos dejan boquiabiertos, que nos hacen preguntarnos de dónde habrán sacado esas cosas. Esas cosas que con el tiempo olvidamos, aunque nos gustaría atesorar para siempre. Tengo una amiga que apunta las ocurrencias de sus hijos en un diario. Bonita forma de recordarlo luego. Yo siempre digo que voy a hacerlo, pero lo olvido.

Hoy, Sara está en casa conmigo, está enferma y lleva unos días sin ir al colegio. Hace un rato iba a cambiar las sábanas y ella ha decido ayudarme. Pero me ha ayudado de un modo muy especial. Me he reído muchísimo y para no olvidarlo, he decidido escribir la historia corriendo, cual diario. Ha sucedido así:pumuckl-993152_1920

–Mamá, yo te ayudo a cambiar las sábanas, ahora vengo – ha dicho Sara y se ha ido a buscar algo. Cuando ha vuelto traía un papel en la mano.

– ¿Qué es eso?

–Estas son las instrucciones para cambiar las sábanas. Yo soy una experta y te las voy a leer para que lo hagas bien.

–Pues vamos a empezar cariño –intentando no reírme…

–Capítulo 1, pon una sábana. Tienes que estirarla bien.

–Vale, ya he puesto la sábana de abajo, ¿ahora qué toca?

–Capítulo 7, pones otra sábana. Esta es muy “dififil” – Mientras, ella estaba apoyada en su cama, con el papel en la mano, supervisando la escena.

–Ahora toca el capítulo de la almohada.

– ¿Cuál es ese?

–El capítulo 23 – (Me encanta ese orden que ella se saca de la manga…)

–Y después de las almohadas, ¿qué tengo que hacer?

–Emmmm, poner el emmmm, mmmm, ehhh, eso que no se cómo se llama (el edredón).

–Mamá, muy bien, lo has hecho fenomenal, menos mal que yo soy una experta y te he ayudado. ¡Eres una campeona mamá! – Y me he ganado un abrazo y un beso.

Así da gusto cambiar las sábanas. Vaya mañana más entretenida llevo 😉

Balance tras cuatro años de colecho

Siguiendo con los balances después de cumplir cuatro años, en esta ocasión hablaré de cómo ha sido para nosotras colechar o compartir la cama.

Sinceramente, como todo en esto de la maternidad, hasta que no estás inmersa en ella no sabes muy bien cómo vas a reaccionar. Con Lucas compartí cama para facilitar la lactancia, sin saber que eso recibía un nombre. Después, durante 2 años no nos quedó más remedio que compartir habitación con los colchones juntos y así, dormimos muy bien. Cuando nos fuimos a vivir los dos solos, pusimos su habitación a su gusto y empezó a dormir allí solo, aunque durante bastante tiempo necesitaba que yo me tumbase con él hasta quedarse dormido. Y bastante tiempo fue hasta los 10 años más o menos, hasta que nació Sara, momento en el que el tiempo no me daba para eso. Nunca hubo problema, él fue capaz de dormir en casa de abuelos y de primos sin problema.

Y llegó Sara y apañamos la antigua cuna de Lucas para que durmiera allí. Pero también compramos un cojín antivuelco, no tanto para que ella no se moviese, sino para que estuviese protegida entre dos cojines y nosotros no pudiésemos aplastarla. Y la metimos en la cama, entre los dos. Y así dormíamos tan a gusto, sobre todo los primeros meses de lactancia continua, que no la sacamos.

Colechar es sencillo y agradable y hermoso. Sólo hay que seguir unas normas básicas de seguridad, que puedes leer aquí. Y luego, no hay más que disfrutar.

En estos 4 años de compartir cama, nos han sucedido muchas cosas. Cuando Sara tenía menos de una semana, colechar con ella le salvó la vida. Se atragantó con una flema, una bola amarilla y pegajosa de moco amarillo, imagino que mezclado con calostro y líquido amniótico. Ella no podía respirar y de no haber dormido juntas, habría muerto. Es muy duro y horrible decirlo,  pero es la verdad. Como no podía respirar ni articular sonido, la pobre empezó a dar paratas y a bracear. Y por suerte, sus movimientos me golpearon y me despertaron. Y la encontré cianótica, de un horroroso color violáceo, con los ojos llenos de terror, la boca abierta en un rictus intentando coger aire y los brazos agitándose descontroladamente. Fue una suerte que sucediese así. Mi instinto me hizo cogerla, tumbarla boca abajo en mi brazo y golpearle la espalda con su cabeza mucho más baja que el resto del cuerpo. Los golpes y la fuerza de la gravedad hicieron el resto. Y esa bola asesina, enorme y asquerosa salió despedida y Sara respiró y recuperó el color y no dejó de llorar en muchísimo rato y yo empecé a temblar de miedo. Aún hoy lo recuerdo y se me pone la piel de gallina y se me llenan los ojos de lágrimas. La pediatra me dijo la suerte que habíamos tenido… Desde ese momento, compartir cama con nuestra hija era la única opción posible.

pixabay

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El colecho nos ha facilitado mucho la lactancia. Mamar casi dormida hacía que ninguna de las dos nos despertásemos, o lo hiciésemos por breves periodos de tiempo. También puedes leer sobre mi experiencia con el colecho y la lactancia.

No siempre ha sido fácil, no nos engañemos. Hemos tenido épocas muy duras, en las que tenía que estar con ella en la cama en contacto continuo, no me podía mover porque se despertaba y Lucas también me necesitaba. Hemos tenido épocas en las que tardaba más de una hora en conciliar el sueño y yo me desesperaba con tanto tiempo perdido. Y también hemos tenido épocas en las que se movía muchísimo y se pasaba la noche dándome patadas y tortazos. La verdad, no es muy agradable estar durmiendo y que te despierte un bofetón. Pero bueno, todas han sido rachas pasajeras y superables.

A día de hoy, seguimos durmiendo juntas. Puse una cama pequeña al lado de la mía. Sigue necesitando dormirse conmigo, así que solucionamos el problema de tiempo con ella y tiempo con Lucas con un apaño. A las 9 en punto llega la hora de dormir. Hago el sofá más grande y ella se tumba a mi lado, mientras yo la abrazo y ella me mira fijamente. Lucas y yo tenemos nuestro momento madre-hijo y nos ponemos alguna película que nos guste. Sara se queda dormida enseguida y cuando está profundamente relajada, la llevo a su camita. La mitad de las noches duerme allí; la otra mitad rueda y se pasa a mi cama a media noche, me toca, le doy un beso, nos damos la mano y volvemos a dormir.

Me encanta dormir con ella. Me encanta abrir los ojos y verla descansar. Me gusta cuando se despierta, ve que estamos juntas y una sonrisa ilumina su cara mientras sus ojos se cierran tranquilos y seguros.

A todos nos gusta dormir acompañados. Si de mayores es normal tener pareja y compartir la cama con ella, ¿Por qué no vemos normal compartir la cama con nuestros hijos, que son lo que más queremos del mundo? Ya tendrán tiempo de dormir solos, ya pedirán su espacio. Desgraciadamente, crecen muy deprisa, me doy cuenta cada día cuando veo a Lucas, así que aprovechemos todo el tiempo que podamos con nuestros hijos, incluso si ese tiempo es por la noche.

Balance tras cuatro años de lactancia

Ahora que Sara ha cumplido 4 años, me apetece hacer un repaso a los aspectos que más nos importan y nos han importado.

Voy a empezar por la lactancia, que es lo primero que nos unió. Así han sido estos 4 años de teta.

La teta, fue lo primero después de separarnos tras el parto. Sólo unos segundos después de nacer, se enganchó a mi pezón y así estuvo durante horas. No quería tocarla, no quería que nadie la cogiera. Simplemente, quería que estuviese así, a mi lado, sintiendo su calor y notando como mamaba como si lo hubiese hecho siempre. Es increíble como la naturaleza es tan sabia y dota a nuestros hijos de ese conocimiento y del reflejo de succión.

Durante las 48 horas que estuvimos en el hospital, casi no me la quité del pecho. Así, antes de salir de allí, ya tenía los pechos rebosantes de leche.

4 años de lactancia en imágenes

4 años de lactancia en imágenes

Las primeras semanas fueron las más duras. Nunca tuve grietas, pero sí tenía los pezones irritados. Siempre digo que la lactancia con un agarre correcto no duele, no debe doler. Pero también es cierto que al principio, los pezones se irritan. Son una zona delicada del cuerpo, que de pronto se ve sometida a un roce y a una humedad continua y es normal una pequeña molestia hasta que se acostumbran. Si esa misma succión continua se produjese en el antebrazo, también acabaría irritado.

También tuvimos unos cuantos pequeños sustos las primeras semanas. Mi reflejo de eyección era muy potente. Tanto que Sara empezaba a mamar y la leche salía con mucha presión y en mucha cantidad y siempre se atragantaba. Fueron semanas duras, en las que intentaba vaciarme un poco el pecho antes de que empezase a mamar para disminuir ese reflejo. Pero casi todas las veces se atragantaba, estaba un par de segundos sin respirar, tosía incómoda y volvía a seguir mamando. En esas semanas, disparé leche por todos lados. Cada vez que Sara se retiraba del pecho, la leche salía disparada y le caía en la cara, en los ojos, en el pelo…e incluso en alguna persona que se ponía demasiado cerca.

También fueron duras las noches. El pecho a demanda es así, los peques maman cada vez que lo necesitan. Y por la noche mamaba muchas veces. Jose y yo nos caímos por las esquinas del sueño. Lo bueno, es que compartimos cama y de ese modo, los despertares fueron menos y más cortos. Cuando fue creciendo, muchas noches mamaba y no me enteraba, pues ella sola era capaz de buscar mi teta y engancharse. Eso sí, tenía que dormir despechada, para tener el self-service listo toda la noche.

Es estos cuatro años, la teta nos ha dado mucho consuelo. Al principio servía para calmarla, tranquilizarla, que se relajase, además de alimentarla. Con el tiempo, descubrimos que la teta era el mejor calmante. Durante todo este tiempo, la teta ha sido un potente analgésico. Cualquier dolor, cualquier herida, cualquier malestar, todos hemos conseguido reducirlos con el poder sanador de la teta. La tetanalgesia existe.

Los primeros meses estuvieron llenos de comentarios por parte de todo el mundo. Ya sabemos que en esto de la maternidad, parece que la gente de nuestro alrededor es experta y todos dan consejos sin pedirlo. De este modo, al principio todo el mundo me decía que la niña mamaba muchas veces y por eso regurgitaba, porque estaba llena. También me dijeron que posiblemente mi leche no fuese buena y se quedase con hambre, por eso pedía tan seguido. Menos mal que no hice caso de ninguno de los comentarios y seguimos felizmente lactando. Algunas veces expliqué la fisiología de la lactancia; otras, simplemente, sonreía con cara de “que sí, que lo que tú digas pero yo hago lo que me da la gana” y a seguir con la teta. Superados los 6 primeros meses, los comentarios cambiaron de rumbo. Empezó la época de “ya es muy mayor, quítale la teta” o “deja de darle el pecho que con esos dientes tiene que comer pan” o la mejor “a esa edad, ya la teta no alimenta, es sólo vicio” Si ya superas el año de lactancia, oyes verdaderas tonterías. Pero bueno, nada que no se pueda solucionar con unas palabras cortantes. Con algo más de 2 años, directamente pasaron a decirle las cosas a Sara en vez de a mí. En una ocasión le dijeron que la teta era caca; tuve unas palabritas con esa persona y al final terminó pidiendo perdón. Y así hemos seguido hasta ahora. Como ya mama muy poco y sólo en determinados momentos, lo normal es que lo hagamos en casa y no nos vea nadie, así no nos hacen comentarios.

Con estos 4 años de lactancia he proporcionado a Sara un montón de defensas. Es una niña sana y feliz, segura de sí misma y con una personalidad muy bien definida. Puede estar agarrada a mi pierna cuando conoce a alguien nuevo y estar jugando con esa persona cinco minutos después. Desde luego, alargar la lactancia el tiempo que quieran mamá y bebé no hace que los niños sean dependientes.

Pero todo lo bueno se acaba y desde hace unos meses, sé que nuestra lactancia está llegando a su fin. Cada vez mama menos, y cuando lo hace, son sólo unos segundos. Desde el día de su cumpleaños, me ha pedido teta sólo 3 veces. Lo que me alegra es que no ha sido nada impuesto, ha sido algo natural, que va llegando sin esfuerzo y sin presiones. Hace unos meses, cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, me dio mucha pena. En este tiempo me he ido acostumbrando y sé que cualquiera puede ser la última vez. Así que estos pocos momentos que tenemos últimamente los disfruto al máximo.

Esta conversación tuvo lugar hace unos días, cuando llegamos a casa del colegio y se estaba lavando las manos para comer:

-Mamá, ¿me das tetita?

-Anda Sara, hacía muchos días que no me pedías, como ya tienes 4 años pensé que ya no querías.

-Mamá, si yo no tomo teta, ¿qué vas a hacer tú con tus tetitas? Yo no veo que tengas ningún bebé para darle teta.

Y con esta lógica infantil de mi hija, que entiende mejor que nadie que los pechos de las mujeres son para alimentar a sus hijos, me despido con una pregunta.

¿Hasta qué edad han mamado tus hijos?

Fomentando la autoestima de nuestros hijos

Seguro que conoces a alguna persona de esas que siempre tiene la autoestima por los suelos, que se quiere poco y se valora menos. Esas personas arrastran este tipo de situación desde la infancia, y esa baja autoestima les impide ser felices.

Si queremos que nuestros hijos sean personas adultas sanas emocionalmente, tenemos que sentar las bases desde la infancia. Y para eso, desde pequeños tenemos que hacerles saber lo verdaderamente importantes que son.amor

  • Amor, besos y abrazos a mogollón – Demostrar a nuestros hijos lo mucho que los queremos, sin condiciones, es un poderoso aliado. Crecer sabiéndose queridos les hace ser más seguros de sí mismos. Está claro que una infancia sana, llena de amor, de muestras de cariño, donde nuestros hijos se sienten seguros y protegidos, les hará ser más felices y de adultos sabrán dar amor. Yo a mis hijos no sólo les digo lo mucho que les quiero, también les digo lo feliz que me hacen, lo contenta que estoy de que sean mis hijos, la suerte que tengo de tenerles a mi lado.
  • Descartar los adjetivos negativos – Cuando oigo a una madre en la puerta del colegio hablar y decir lo malo que es su hijo, que se porta fatal, que su hermano era más bueno…me pongo de los nervios. ¿Qué es eso de poner un calificativo negativo a nuestro hijo? Los niños no son malos, simplemente son niños, con distintas actitudes y aptitudes, distintas formas de comportarse. Un niño movidito o más agitado que otro no es un niño malo, simplemente es quizás menos relajado que el de al lado, pero eso no es malo. Los pequeños están en edad de aprender, de explorar. Entiendo que hay pequeños terremotos que en momentos sacan de quicio a sus padres (a mí me pasa). Pero eso no lo vamos a solucionar tachando al niño de malo. Con eso sólo conseguimos que el niño acabe creyéndose que es malo, que es tonto o que es torpe. Lo mejor cuando un pequeño tiene una mala conducta no es cuestionarle a él como persona, sino al acto en sí. No es un niño malo por llevar arena en los bolsillos para luego jugar en casa; hay que explicarle que eso que ha hecho no nos gusta y el motivo, sin cuestionar su personalidad, sólo su acción.
  • Ayudarles a expresar sus sentimientos – Desde que nacen, nuestros hijos deben tener la oportunidad de poder expresarse, no sólo en casa, también en la calle con el resto de la gente. Por eso debemos ayudarles a que aprendan a comunicar qué es lo que sienten o qué necesitan para sentirse bien. O qué es lo que les disgusta. Cuando son muy pequeños no saben expresar este tipo de sentimientos y muchas veces tienen rabietas cuando se sienten frustrados. Pero poco a poco podemos ayudarles a poner en palabras eso que sienten.
  • Elegir a personas adecuadas – Esto es bastante difícil de conseguir, muchas veces nosotros mismos, siendo adultos, nos hemos rodeado de personas que no nos convenían. Pero en la infancia iremos sentando las bases para esta elección. Nuestros hijos tienen que sentirse a gusto con sus amistades, sentirse valorados y no sentirse inferiores. Hace unos días a Lucas se le rompió una muela y se la tenían que quitar. Evidentemente se llevó un disgusto. Me dijo que seguro que alguien se iba a reír de él por tener un agujero. Entonces le hice ponerse en el lugar del otro y mirarse a sí mismo. ¿Dejaría él de ser amigo de alguien porque le faltase una muela? ¿O se reiría de él? Evidentemente, no. Y si alguien le trataba diferente por eso, si alguno de sus amigos cambiase su actitud con respecto a Lucas por el hecho de faltarle una muela, eso le haría ver que esa persona no era su amiga, que no merecía la pena tener a alguien así en su vida. ¡Fuera las personas negativas!autoestima
  • Nadie el perfecto – Y nuestros hijos tampoco. Para nosotros son lo más importante del mundo, pero no son perfectos. Y eso tienen que saberlo y saber quererse con sus defectos y sus virtudes. Ellos también tienen sus límites y por desgracia, más pronto que tarde, aprenderán que las cosas no siempre salen bien. En esos momentos también tenemos que fomentar su autoestima. Cuando se sientan mal por algún motivo, tenemos que hacerles ver lo mucho que valen, ver las cosas positivas, hacerles entender que no son menos valiosos por haber perdido un partido de fútbol o por no saber hacer un dibujo tan bien como Fulanito. Animémosles para que se sientan mejor.
  • Valorar todas sus cualidades – Hay cosas que ya sabemos que nuestros hijos hacen bien. Pero hay pequeños detalles de cada día que pasamos por alto. Y esas pequeñas cosas también hay que valorarlas y hacérselas saber. Quizás nuestro pequeño esté en esa fase en la que quiere vestirse solo pero casi nunca lo consigue; pues cuando consiga ponerse sólo un calcetín es genial que le alabemos lo bien que lo ha hecho. Quizás nuestro adolescente nunca quite la mesa sin que se lo digas mil veces, y de pronto un día que hay visita se levanta y recoge las tazas del café; en ese momento una alabanza le dará una dosis extra de autoestima.
  • Valorar el esfuerzo – Hay que valorar cómo nuestros hijos se empeñan en conseguir algo, aunque luego no lo consigan. Hacerles saber lo bueno que es intentarlo, sin importar el resultado. Si jugamos a un juego de mesa, debemos enseñarles que no siempre van a ganar ellos, muchas veces también hay que perder, pero sin enfadarse. Lo importante no es ganar, sino divertirse.
  • Nosotros somos el espejo en que se miran – En todos los aspectos, nuestros hijos nos imitan, nosotros somos su principal fuente de inspiración. Por eso, una gran autoestima debe empezar por nosotros mismos.

El final de otra etapa: se acaba el uso de los portabebés

Estoy abrumada por la velocidad que lleva el tiempo. ¡Pasa tan deprisa! Y no debería pillarme desprevenida, Lucas me lo ha demostrado, ya hace casi 14 años de su nacimiento, recuerdo esos momentos como si fuesen ayer…y no, no fue ayer, fue hace muchos años.

Por eso con Sara quería que el tiempo se detuviese, quería aprovechar cada momento con ella. Por eso con Sara no dejé que nadie influyese en mí con comentarios del tipo “la vas a malcriar”

Siempre lo digo, se lo digo a todo el mundo. Aprovecha cada momento con tu bebé, no va a ser pequeño siempre. Aprovecha a llevarle mucho en brazos, aprovecha a oler ese aroma especial, aprovecha y duerme con él, aprovecha y alarga la lactancia todo lo que puedas. Aprovecha, porque todo llega a su fin y lo echarás de menos.

Si hace un par de semanas te comentaba que nuestra lactancia está llegando a su fin, ahora es el uso de portabebés el que parece que se está terminando.

Desde el embarazo supe que quería llevar a Sara en brazos el mayor tiempo posible. Antes de nacer ya nos habíamos informado sobre el porteo ergonómico y nos compramos nuestro primer portabebé. Y así íbamos siempre, con Sara en brazos, primero en una caboo closer, luego con un fular tejido de segunda mano y ya llegaron todos los demás portabebés, han sido tantos y los hemos usado tanto que no sé si me acuerdo de todos. Llevar a Sara en brazos nos dio la posibilidad de ir a un montón de sitios y hacer cosas que no habríamos podido hacer. Y tanto me gustaba la sensación que decidí aprender más y ayudar a otras familias a que conociesen el mundo de los portabebés. Por eso me hice asesora de portabebés, para conciliar mi vida familiar y laboral y para hacer algo que me gustaba mucho. Y Sara siempre era mi modelo en todas las charlas y talleres que daba.

Cuando nació Sara no nos compramos silla de paseo. ¡Menos mal! Nos prestaron una que usamos en contadas ocasiones, sobre todo cuando algún miembro de la familia quería salir de paseo y empujar el carro. Y en los centros comerciales. Sí, le encontré la utilidad al carrito de bebé. Mientras Sara iba a gusto pegadita a mí, el carro servía para llevar los abrigos y las bolsas de la compra en el centro comercial.

Sara con unos días

Sara con unos días

Cuando Sara tenía 6 o 7 meses, mi padre nos regaló una silla de paseo ligera de una tienda outlet, menos mal que se gastó poco. Durante unos meses la usé en alguna ocasión como ya he dicho, para llevar cosas en algún centro comercial. Pero como no le daba mucho uso, se la presté a una prima que había tenido un niño y me olvidé de la silla hasta ahora.

Y ahora ha llegado el temido momento, el final de otra etapa. Sara tiene 3 años y medio y 17 kilos vestida y casi no porteamos. Hemos dejado de ir en brazos a todas partes. Este verano empecé a notar molestias cuando la llevaba mucho rato. Cuando salíamos por el paseo marítimo y quería brazos, la llevaba a la espalda en la mochila ergonómica. Pero no aguantaba mucho, después de unos 15 minutos me empezaban a doler las caderas al andar. Por más ajustada que la llevase, por más que intentase colocármela de otra forma, no había modo, tenía que bajar. Y eso mismo me ha pasado en alguna otra ocasión, una tarde de paseo por el parque de atracciones, una caminata hasta la clase de baile… No puedo, unos minutos después de empezar a llevarla y tengo que pedirle que se baje, del dolor que se me pone.

Es cierto que ya no uso los portabebés tanto como antes. Cuando porteas mucho, cuando lo haces desde el nacimiento, todo tu cuerpo comienza un acondicionamiento físico, tus músculos comienzan a adaptarse al peso “extra” y se va fortaleciendo. Por eso siempre digo que empezar a portear desde el nacimiento es lo mejor. Y si se empieza con niños más mayores, que ya pesan un poco más, habrá que ir acostumbrando nuestro cuerpo poco a poco, con sesiones de “entrenamiento” paulatinas. Quizás sea eso lo que me ha pasado a mí, el hecho de llevar a Sara con el portabebé sólo una o dos veces al mes, ha hecho que me vaya deshabituando.

Y aquí estamos ahora, con una niña que pesa mucho para mi espalda pero que se sigue cansando y sigue necesitando brazos. ¿Sabes cuál ha sido la solución? ¡He tenido que pedir que me devuelvan mi silla de paseo! ¡Quién me ha visto y quién me ve! Volver a usar la silla ha sido objeto de risas en unas ocasiones, también por mi parte, por supuesto, yo soy la primera que se ríe de la situación. Yo, una firme defensora de los portabebés, empujando una silla.

Por suerte desde que tengo la silla la he usado sólo en un par de ocasiones, que hemos ido andando a un sitio lejano o hemos pasado el día entero fuera de casa. Y por suerte, a pesar de que Sara no tiene recuerdo de haber ido en silla porque siempre ha ido en brazos, no ha puesto ningún reparo a la hora de sentarse y dejarse llevar.

Hazme caso, los niños crecen muy deprisa. Y dejan de hacer todas esas cosas que algunas personas aseguran que no dejarán nunca. Lleva a tu bebé en brazos todo lo que puedas y siempre que puedas. Llevar al bebé en brazos tiene múltiples beneficios, además de ventajas. Y creas un vínculo muy especial con el bebé, por esa cercanía que compartes. Aunque te digan que no lo cojas, que se acostumbra, no hagas caso, cógelo todo lo que puedas, claro que se acostumbran, se acostumbran a lo bueno, a estar cerquita de las personas que le quieren. Pero no será así siempre. Porque crecen, porque empiezan a andar y quieren explorar mundo, porque quieren correr y porque un día descubres que tu bebé es muy grande para seguir llevándole en brazos y a tu bebé no le importa. Cuando llega ese día, sabes que ha dado un paso más en su independencia, en su camino hacia otra nueva etapa. Y tú sabes que esa etapa que cierras no volverá. Y te alegras por tu bebé. Y te alegras por todo lo que has aprovechado mientras has podido. Pero también una parte de ti se queda triste por lo que ya no volverá.

No quiero, ahora mismo y mamita, las frases favoritas de estos últimos días.

Después de los famosos terribles dos años, se supone que llega la calma… Pues no, en casa se han instalado los terribles tres y los terribles trece.

Estoy agobiada, muy agobiada, 24 horas al día sola en casa, cada día de la semana, con dos niños de diferentes edades y diferentes necesidades. Mis hijos, a los que adoro y quiero por encima de todas las cosas, a veces me desestabilizan del todo. Se juntan en el mismo momento con sus problemas y sus exigencias. ¡Sí, exigencias! Porque parece que lo quieren todo y tiene que ser ahora mismo.

Nunca he sido una madre súper permisiva y dada a concederles todos los caprichos. Primero, porque creo que dárselo todo no es nada beneficioso para ellos. Y segundo porque no tengo cómo. Eso no quita que no tengan cosas, caprichos, claro está, pero no siempre ni todo lo que quieren.  Criar a mis hijos con apego, cariño y seguridad no implica tolerar todas las cosas.

Pero en este precioso momento, los dos están en esa etapa en la que parece que no entienden las cosas. Vale, Sara quizás todavía no entienda que no se puede tener todo y se enfade cuando no lo consigue. Pero Lucas sí lo entiende de sobra y aun así, se pasa el día enfadado cuando no tiene lo que quiere.

Para mí es muy frustrante, ver como piden, exigen, se enfadan, y vuelta a empezar. Hay días que cuando llega la noche ya no puedo más, sobre todos los fines de semana y festivos, cuando estamos más horas juntos.

Lucas está en la preadolescencia y se pasa la mitad del día enfadado y la otra mitad triste. Entiendo que está teniendo muchísimos cambios en su vida, le apoyo, le respeto, hablo con él, le comprendo…pero a veces me puede, puede conmigo. Cuando se niega a hacer alguna tarea doméstica de las que acostumbra a hacer, como bajar la basura, por ejemplo, y no sólo se niega, sino que además se enfada y me dice que lo haga yo, que no la bajo nunca. No ve que yo hago otras cosas, muuuuchas más que él, pues le encanta compararse conmigo (sólo para lo que a él le interesa), y tener siempre la última palabra. En esos momentos de discusiones, en las que ambos entramos en bucle y no sacamos nada en claro, siempre decido para en seco y dejarlo para más tarde. Lo normal es que le mande a su habitación o a otro sitio donde no esté yo, no como castigo, sino para separarnos y a veces soy yo la que sale y ya hablamos cuando hemos respirado, ha pasado el tiempo y nos hemos calmado.

Sara también está en esa etapa, la mayoría de las veces se niega a hacer lo que le pido (recoger las cosas de la mesa para comer, dejar de saltar desde el respaldo del sofá o desde la cama, lavarse las manos…). Me dice que no, y punto. Negocio con ella, se lo pido por las buenas, siempre le dejo un ratito más…pero la inmensa mayoría de las veces no consigo nada, y claro, acabo enfadándome. El otro día, sentada en el suelo con los zapatos de la calle, puso cada pie en la pared. Yo no soy una obsesionada de la limpieza, pero hombre, esas cosas pues prefiero evitarlas. Le pedí educadamente que dejara de pisar la pared porque la manchaba, pero me decía que no y seguía, y seguía, y seguía…

Luego están las exigencias. Lucas pide mucho, se enfada porque no lo tiene, le explico que no se puede tener todo e incluso le muestro que hay gente que no tiene nada y lo arreglamos. Sara exige, quiere algo y lo quiere ya. No son cosas materiales, más bien son situaciones. Hace mucho que hace pis solita. Me dice que va ella sola y se cierra la puerta y todo. Pero de repente, en un momento dado, quiere que yo vaya con ella y me siente en el suelo a mirarla y tiene que ser ya, ahora mismo, y si no, pues enfado y llantos al canto. O ya quiere que le ponga una película, ya quiere jugar a la plastilina, pintar con las acuarelas o ponerse un disfraz. Todo tiene que ser cuando ella quiere, y la inmensa mayoría de las veces, no puedo salir corriendo, entre otras cosas porque hay cosas que pueden esperar y no quiero que aprenda que todas sus exigencias tienen que ser satisfechas. Pero se enfada, chilla, me llama mala y hasta ha llegado a escupirme y darme alguna torta. Mi forma de actuar es calmada, con paciencia, explicándole las cosas…pero todo tiene un límite.

Luego están los días llorones. No sé por qué, hay días que cada 10 minutos se enfada por algo y llora y me llama mamita. La mayoría de los enfados son con su hermano mayor. Y eso me sienta fatal, entiendo que los hermanos no se tienen que llevar bien todo el rato y se peleen. Pero me da rabia que Lucas se baje al nivel de Sara y la haga rabiar para que llore. Luego ella se enfada y le pega y los dos me llaman ¡mamita! ¡Que Sara me ha pegado! ¡Nooo, que Lucas me ha quitado mi muñeco! ¡¡¡¡Mamá!!!

Pues hay días en los que se junta todo, los enfados entre ellos, las negativas y discusiones, las exigencias, y a lo largo del día se suceden una y otra vez. Esos días pongo en duda mi forma de crianza, esos días me pregunto si todo el cariño y el amor que les doy sirve para algo, esos días me enfado y chillo y me siento mala madre, esos días intento desconectar un poco y me encierro en el baño pero la pequeña aporrea la puerta mientras grita mi nombre y yo lloro y me tapo los oídos y pienso que no puedo con todo… Esos días me siento taaan sola, esos días echo tanto de menos a Jose, tener a otra persona que también tome parte en el asunto, no ser siempre yo sola la buena y la mala, que Jose pudiera mediar, o quedarse con ellos y salir yo a la calle a respirar 10 minutos, o que se los llevase un rato. Esos días se me hace tan dura la maternidad.

A veces me siento muy sola. Mis padres y mi hermana trabajan y no están siempre cuando me gustaría. A veces, en días así, mi hermana se ha llevado un rato a los niños y yo he podido descansar y relajarme, pero no siempre hay alguien disponible.

Por suerte, esos ratos, esos días pasan y al rato mis dos hijos, el mayor tesoro de mi vida, me abrazan, me llenan de besos, me piden perdón, y vuelvo a sentir que la maternidad tiene sentido, que los amo por encima de todas las cosas, que soy buena madre y que ellos son los mejores hijos del mundo.

A vueltas con el colecho

Cada dos por tres leemos cosas sobre el tema de compartir cama con nuestros hijos. Yo he escrito en varias ocasiones sobre el tema, como podéis leer aquí y aquí.

Como en todos los temas de crianza, hay opiniones para todos los gustos, y todas son respetables, cada uno con sus hijos hace lo que cree mejor. Pero muchas veces, debido a malos consejos o a situaciones que se prolongan en el tiempo y que por ese motivo creemos que son las correctas, la gente no hace lo que quiere o lo que le pide el cuerpo.

Colechar o compartir la cama no es algo nuevo, al contrario, es algo que se ha hecho siempre. Pensemos en las cuevas, donde todos dormían juntos, no había cuevas separadas para los miembros de la familia. Y durante muchos años, las casas constaban de una sola estancia en la que se comía, se cocinaba y se dormía y todos los miembros de la familia compartían el mismo espacio. Es en la Edad Media, con la llegada de casas más amplias, cuando se empiezan a hacer estancias para los hijos. Y parece que por aquella época en la que el control de la natalidad no se conocía o estaba prohibido y en la que nacían más bebés de los que los padres se podían permitir alimentar, algunos padres “ahogaban” a sus hijos pequeños o los “aplastaban” accidentalmente mientras dormían, con lo que se prohibió compartir cama con los bebés.

¿Qué hay de cierto en eso? Imagino que realizar estudios al respecto debe ser complicado y hay muchísima información al respecto, información que avala dormir con los bebés como lo más seguro e información que dice lo contrario. Evidentemente, esto depende de muchos factores que habría que tener en cuenta a la hora de dar cierto tipo de información.

La lactancia materna previene el Síndrome de Muerte Súbita del Lactante. Dormir con el bebé fomenta la lactancia materna. Por lo que se puede deducir que dormir con el bebé previene el SMSL

En países donde compartir cama es lo normal, los índices de SMSL son mucho menores que en países occidentales, así que parece que ese también es un factor a tener en cuenta a la hora de decidirse por esta postura.

Pero hay caso en los que colechar está contraindicado: la obesidad (no hablo de estar gordito, hablo de ser obeso); fumar; tomar drogas, alcohol o medicación que disminuya el estado de alerta; dormir en camas demasiado blandas, con cojines y objetos sueltos, con mantas y muñecos y dormir en sofás. Tomando unas pequeñas medidas de precaución, dormir con los bebés puede salvarles la vida, como conté en el otro post sobre lo que le pasó a Sara .

El otro día, una amiga de viaje por Nueva York me mandó esta foto y a raíz de publicarla en mi página de Facebook, me he decidido a escribir de nuevo sobre este tema.cartel informativo colecho

Lo primero que me llama la atención es que el cartel está en español y muestra a un bebé afroamericano. Parece que está dirigido sólo a la población hispanoparlante, lo que me molesta un poco, pues me parece discriminatorio. Aunque también tengo que decir que desconozco si al lado está el mismo cartel en inglés. Es cierto que en un país donde las tasas de obesidad son las mayores del mundo, compartir cama con el bebé puede ser más peligroso que beneficioso. Pero el dato de que cada año mueren unos 50 bebés debidos a lesiones mientras duermen es muy vago. ¿Cuántos de esos bebés murieron aplastados por sus padres? ¿Cuántos realmente murieron asfixiados por otras causas como objetos sueltos? ¿De los bebés aplastados por los padres, cuantos no cumplían las normas básicas de seguridad para compartir cama? Y voy un poco más allá, ¿Cuántos bebés se han librado de un SMSL gracias a compartir cama con los bebés?

No conozco en primera persona la cultura americana, y me consta que cada vez más mamás optan por una crianza natural, por la lactancia materna, por usar portabebés y por compartir cama con ellos. Famosas y no tan famosas salen cada día como muestra de ello. Personalmente sigo varios blogs de mamás americanas que comparten mi filosofía de crianza. Pero también creo que eso no es lo más extendido. Para ellos, lo normal o habitual es que el bebé duerma aparte, en su propia habitación desde bien pequeño. Prueba de ello son las cientos de películas que he visto en las que los bebés están solos en sus habitaciones y vigilados por un intercomunicador. Todavía no he visto ninguna película en la que compartan cama. Sí he visto por el contrario películas en las que usan portabebés o en las que hablan/muestran la lactancia materna, y siempre que lo hago capturo esas imágenes para compartirlas en mi página de Facebook. En cuanto vea por primera vez una peli americana mostrando escenas de colecho, seréis los primeros en saberlo.

Para mí, para nosotros, compartir cama ha sido lo más natural, lo más cómodo y como todo, ha evolucionado en el tiempo. Primero estaba la cuna pegada a nuestra cama, aunque no la usábamos y dormía entre los dos, con un cojín antivuelco, más que para que ella no se moviera era para sentirnos nosotros más seguros y no aplastarla. En este tema, tengo que decir que al principio, duermes tan en vilo que creo que sería imposible aplastar a tu bebé, estás en alerta. Cuando fue creciendo, el cojín dejó paso a la cuna sin barrotes pegada a la cama, donde a veces rodaba una vez dormida. Cuando la cuna se quedó pequeña, la cambié por una cama pequeña, moví mi cama más hacia la ventana para hacer sitio a la suya, y así tenemos una cama enorme… A veces se pasa la noche en su cama, a veces se mueve y se pasa a la mía y a veces se tumba casi encima de mí y yo duermo en una esquina mientras casi 2 metros de colchones están vacíos.colecho

Cada familia tiene que buscar la opción que más se adecúe a sus necesidades. Bajo mi punto de vista, dejar a los bebés solos desde el nacimiento en una habitación apartada me parece un poco desapegado, pero respeto a los padres que optan por esta opción. Aunque creo que lo más importante es tener toda la información y con ella en la mano, poder decidir. Quizás en la ciudad de Nueva York deberían hacer más hincapié en mantener hábitos de vida saludables que prevengan la obesidad que en apartar a los bebés de sus padres. Aunque mirando la parte positiva, en el cartel informativo recomiendan no compartir cama, pero sí estar cerca, por lo menos los bebés no se sentirán tan solos y lejanos de sus padres.

El bloqueo de la bloggera

Esta semana he estado un poco desaparecida del blog. Y en parte me he sentido un poco culpable por el abandono. Es cierto que cuando abrí el blog, lo hice principalmente para hablar de mis portabebés, contar beneficios, tipos, consejos… Y también vi que podía hablar sobre el otro tema que me apasiona, la lactancia. Nunca pensé  que fuera a leerme nadie, bueno, algunas personas sí, pero tampoco mucha gente.

Con el tiempo, empecé a conocer a gente fantástica, hice un grupo de amigas de una forma que no hubiera creído posible, y empecé a ver el blog como un medio de contar mis cosas, de sincerarme, de dejar salir lo que pasaba por mi mente, de compartir experiencias.  Y así, comencé a escribir con asiduidad, cosas que me salían del corazón, a hablar de crianza, de niños, de cosas que hacía con ellos, de la maternidad, en fin, de todo un poco.

Hubo ocasiones en las que he escribí prácticamente a diario, luego llegó el verano, la vuelta al trabajo y la cosa se complicó. Aun así, escribía dos o tres veces por semana… hasta esta semana, que he desaparecido totalmente. Y como os he comentado, me he sentido un poco culpable, porque sé que hay gente que me lee y espera mis post (aunque hay veces que escribo unas cosas, que ni yo misma me leería, jajaja)

Pero, en esta ocasión, no me ha quedado más remedio que desaparecer, y os cuento el porqué.

Primero, como ya os he comentado, se está fraguando un nuevo proyecto. No he querido dar muchos datos hasta ahora, hasta que esté todo organizado, pero creo que ya puedo contaros algunas pocas cosas. Vamos a abrir un espacio de crianza. Y digo vamos porque en este proyecto no me embarco yo sola, me acompañan Lorena y Carolina, de las que ya os daré más detalles cuando todo esté a punto. Es un sitio donde, además de tienda de portabebés y otras productos para bebés, muy de mi estilo, vamos a tener multitud de talleres, charlas, a contar con diferentes profesionales que nos van a enseñar cosas muy interesantes. Hablaremos de portabebés, de lactancia, de alimentación complementaria, habrá clases de yoga prenatal, pilates para embarazadas, cursos de primeros auxilios, masaje para bebés, actividades para niños…. Y sobre todo, será un lugar donde todas las familias serán bienvenidas, donde podremos interactuar con otros padres, intercambiar opiniones mientras tomamos un café… ¡Y hasta ahí puedo leer! Este proyecto, estos días, me está robando un montón de tiempo, como es lógico, acondicionar el local, preparar y pulir las ideas, hacer compras….y cuando llego a casa estoy bastante cansada como para ponerme a escribir.

Por otro lado, una noticia también me ha dejado un poco tocada. A un familiar le han detectado un problema de salud y eso me ha traído preocupaciones y recuerdos de otras personas que han pasado por lo mismo y que, desgraciadamente, ya no están con nosotros.

Pero, quizás, aún a riesgo de sonar extraño, lo que más me ha apartado estos días, es que me he visto saturada y desbordada. El último post que escribí, Las lágrimas de los niños ha tenido una repercusión que ni en mis mejores sueños. Es cierto que cuando alguien escribe en un blog, le encanta que la gente lo lea y haga comentarios. El día que escribí lo mal que me sentía cuando veía a un niño llorar y a unos padres regañarlo, jamás pensé que me leería tanta gente. Para que os hagáis una idea, por norma general, tengo unas 200 visitas a diario en el blog. Cuando algo se comparte mucho, he llegado a tener 800 visitas diarias. Pero el día de las lágrimas, y los días sucesivos, ¡¡¡me han visitado 8800 personas!!!!  Es el post más comentado desde que empecé mi andadura hace casi 1 año. estadistica blogAl principio, me sorprendió agradablemente, pero al poco, empezaron a llegar comentarios ofendidos y ofensivos. Es lógico que no a todo el mundo tiene que gustarle lo que escribo, faltaría más. Pero la gente debería aprender a tener respeto. Y empezaron a llegarme mensajes insultantes, que evidentemente, he borrado de los comentarios. He incluso alguna persona me llamó y mandó mensajes a mi teléfono, todo de modo anónimo, que esconderse en el anonimato parece que da rienda suelta a soltar estupideces por la boca. El móvil se quedaba sin batería rápidamente, puesto que todas las notificaciones del blog me llegan allí. Confieso que me agobié. Me pilló desprevenida y no me esperaba esa repercusión. Y desconecté. Hasta me asusté pensando que no podría volver a escribir nada más, porque ya no estaría a la altura.

Por suerte para mí, hay alguien que siempre está ahí, que tiene las palabras indicadas para cada ocasión, mi querida Nieves. Ella me enseñó que llegar a la gente es bueno, que mi blog es mi corazón y que la gente que lo aprecie es la que importa, el resto de la gente, esas personas indeseables, me tienen que dar igual. Es mi personalidad y si, gracias a esto, una sola persona, una sola, se siente ayudada, reconfortada o incluso, removida en su conciencia, yo tengo que estar orgullosa. Gracias a ella, me he sentido poderosa. Y feliz, feliz de saber que tantísima gente ha pensado en la importancia de no dejar llorar a los niños, de tratarlos con respeto y cariño, como se merecen. Los niños son el futuro y debemos cuidarlos cada día.

Así que ya estoy aquí otra vez. No os puedo prometer escribir cada día, aunque tengo tantas cosas que contar… Intentaré sacar tiempo para no dejaros abandonados tantos días. Seguiré hablando de las cosas que me importan, las que me preocupan, seguiré hablando con el corazón. Y os contaré más detalles del nuevo proyecto en cuanto todo esté a punto.

Gracias a todas las personas que estáis ahí y que hacéis esto posible.

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