No hay mejor lugar que los brazos de mamá

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Lo que no me contaron sobre los cinco años

 

Mucho se habla en la literatura infantil de los terribles dos años, esa edad en la que nuestros peques empiezan a tener conciencia de sí mismos, de su papel en el mundo, esa época de rabietas, gritos y enfados, en la que aún no saben muy bien cómo controlar todo lo que pasa en su mundo. Yo misma escribí sobre ello aquí.

Después de esos años, parece que la cosa se calma un poco, hasta que llegan lo que los anglosajones llaman “the terrible fours”, una etapa llena de conflictos, sobre la que acabo de caer que escribí hace apenas medio año. Vamos, que hace 6 meses ya estaba bastante desesperada y compruebo que la cosa sigue por el mismo camino.

Así que los terribles cuatro no se quedan ahí, siguen y siguen y lo vivo cada día.

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Tengo una maravillosa hija de cinco años, alegre, divertida, independiente, intrépida (este blog nació por ella, así que ya la conocerás). Por lo general es así, dicharachera, graciosa, cariñosa. Pero hay días que se levanta con el cable cruzado y lo peor es que esos días cada vez se repiten con más frecuencia.

Vale que los días de cole, con los madrugones, esté más irascible, está cansada. Eso serviría de justificación si no fuera porque los fines de semana, o ahora que está de vacaciones, hace lo mismo. Ya desde que se despierta protesta, no quiere desayunar (y no porque no tenga hambre, sino porque quiere hacer otras cosas). Conseguir que vaya a la cocina, sin dramas, es un triunfo. Al rato, cuando estamos en casa, se enfada si le pido que haga algo, como recoger su habitación o lavarse los dientes. Grita si le digo que tenemos que salir a la calle, o que no puede ver la tele porque hay más cosas que hacer. Se enfada si no le doy chuches a media mañana (me niego a que coma porquerías, todo lo que entra en casa es lo que le han dado en alguna fiesta de cumple y en cuanto puedo y no me ve, hago limpieza y lo tiro) y llora porque tiene hambre y quiere patatas fritas o galletas y yo le ofrezco fruta o lácteos. Gruñe si se tiene que lavar las manos para comer, poner la mesa, dejar lo que está haciendo; se enfada si no le doy un helado después de haberse inflado a comer, si tenemos que salir después, si no tenemos que hacerlo…Vamos, es un continuo enfado de la mañana a la noche.  Ella tiene muy poca paciencia y un alto nivel de exigencia.

Estos enfados se producen de dos maneras. La primera son los llantos. Desde hace unos meses, llora a todas horas y por todo motivo. Lloriquea para pedirme las cosas o llora desconsoladamente si yo le pido algo y no le parece bien. Llora si se han terminado sus galletas favoritas o si la camiseta que quiere ponerse está para lavar. Entiendo que cada niño tiene su propia personalidad y hay que respetarla; eso hago, o por lo menos, lo intento, porque oírla llorar y llorar sin motivo aparente, pedir las cosas llorando cada dos por tres, confieso que termina sacándome de mis casillas.

La otra forma en la que se producen sus enfados es con negativas y gritos. El no es su palabra favorita. La usa en todo momento del día. Que le digo que tiene que ducharse, me dice que no, que no quiere, grita para demostrar su negativa y me mira desafiante. Si le digo que tenemos que marcharnos y que vaya a vestirme, me dice que no, que ella no se viste y además, lo dice gritando. ¡¡Se va de donde está dando un portazo!!Y de nuevo, yo, que intento tener paciencia, me veo a veces desbordada. ¿No tengo bastante con las peleas con mi adolescente, para que ahora mi hija de 5 años se comporte igual?

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Cada día pongo en marcha las cientos de técnicas que se me ocurren. Evidentemente, le pido las cosas por las buenas, le ofrezco posibilidades (venga, te dejo un ratito más lo que estás haciendo y luego hacemos lo que quiera que tengamos que hacer…), dejo que ella elija, que tome decisiones (o que crea que las toma), pero la mayoría de las veces no me funcionan las tácticas.

Los días que se los pasa llorando, analizo qué le ha podido pasar, si está más cansada, si está triste por algo. Hay días que le encuentro sentido, pero por lo general, no veo motivo para su tristeza. Hablo con ella y le pregunto y me dice que no sabe qué es lo que le pasa. Eso me hace sentir un poco culpable, debería ser una niña alegre y feliz y me entristece tanto escucharla llorar…

Tengo que asumirlo, mi hija sigue creciendo, tiene una personalidad única y fuerte y una voluntad de hierro. La quiero con sus berrinches, sus explosiones de mal humor, sus malas ideas, eso la hacen ser justo como es. Porque también es fantástica, maravillosa, amable, divertida, cariñosa. Soy yo la que tiene que aprender a aceptar que estas demostraciones son un paso más hacia su desarrollo como persona. 

No quiero, ahora mismo y mamita, las frases favoritas de estos últimos días.

Después de los famosos terribles dos años, se supone que llega la calma… Pues no, en casa se han instalado los terribles tres y los terribles trece.

Estoy agobiada, muy agobiada, 24 horas al día sola en casa, cada día de la semana, con dos niños de diferentes edades y diferentes necesidades. Mis hijos, a los que adoro y quiero por encima de todas las cosas, a veces me desestabilizan del todo. Se juntan en el mismo momento con sus problemas y sus exigencias. ¡Sí, exigencias! Porque parece que lo quieren todo y tiene que ser ahora mismo.

Nunca he sido una madre súper permisiva y dada a concederles todos los caprichos. Primero, porque creo que dárselo todo no es nada beneficioso para ellos. Y segundo porque no tengo cómo. Eso no quita que no tengan cosas, caprichos, claro está, pero no siempre ni todo lo que quieren.  Criar a mis hijos con apego, cariño y seguridad no implica tolerar todas las cosas.

Pero en este precioso momento, los dos están en esa etapa en la que parece que no entienden las cosas. Vale, Sara quizás todavía no entienda que no se puede tener todo y se enfade cuando no lo consigue. Pero Lucas sí lo entiende de sobra y aun así, se pasa el día enfadado cuando no tiene lo que quiere.

Para mí es muy frustrante, ver como piden, exigen, se enfadan, y vuelta a empezar. Hay días que cuando llega la noche ya no puedo más, sobre todos los fines de semana y festivos, cuando estamos más horas juntos.

Lucas está en la preadolescencia y se pasa la mitad del día enfadado y la otra mitad triste. Entiendo que está teniendo muchísimos cambios en su vida, le apoyo, le respeto, hablo con él, le comprendo…pero a veces me puede, puede conmigo. Cuando se niega a hacer alguna tarea doméstica de las que acostumbra a hacer, como bajar la basura, por ejemplo, y no sólo se niega, sino que además se enfada y me dice que lo haga yo, que no la bajo nunca. No ve que yo hago otras cosas, muuuuchas más que él, pues le encanta compararse conmigo (sólo para lo que a él le interesa), y tener siempre la última palabra. En esos momentos de discusiones, en las que ambos entramos en bucle y no sacamos nada en claro, siempre decido para en seco y dejarlo para más tarde. Lo normal es que le mande a su habitación o a otro sitio donde no esté yo, no como castigo, sino para separarnos y a veces soy yo la que sale y ya hablamos cuando hemos respirado, ha pasado el tiempo y nos hemos calmado.

Sara también está en esa etapa, la mayoría de las veces se niega a hacer lo que le pido (recoger las cosas de la mesa para comer, dejar de saltar desde el respaldo del sofá o desde la cama, lavarse las manos…). Me dice que no, y punto. Negocio con ella, se lo pido por las buenas, siempre le dejo un ratito más…pero la inmensa mayoría de las veces no consigo nada, y claro, acabo enfadándome. El otro día, sentada en el suelo con los zapatos de la calle, puso cada pie en la pared. Yo no soy una obsesionada de la limpieza, pero hombre, esas cosas pues prefiero evitarlas. Le pedí educadamente que dejara de pisar la pared porque la manchaba, pero me decía que no y seguía, y seguía, y seguía…

Luego están las exigencias. Lucas pide mucho, se enfada porque no lo tiene, le explico que no se puede tener todo e incluso le muestro que hay gente que no tiene nada y lo arreglamos. Sara exige, quiere algo y lo quiere ya. No son cosas materiales, más bien son situaciones. Hace mucho que hace pis solita. Me dice que va ella sola y se cierra la puerta y todo. Pero de repente, en un momento dado, quiere que yo vaya con ella y me siente en el suelo a mirarla y tiene que ser ya, ahora mismo, y si no, pues enfado y llantos al canto. O ya quiere que le ponga una película, ya quiere jugar a la plastilina, pintar con las acuarelas o ponerse un disfraz. Todo tiene que ser cuando ella quiere, y la inmensa mayoría de las veces, no puedo salir corriendo, entre otras cosas porque hay cosas que pueden esperar y no quiero que aprenda que todas sus exigencias tienen que ser satisfechas. Pero se enfada, chilla, me llama mala y hasta ha llegado a escupirme y darme alguna torta. Mi forma de actuar es calmada, con paciencia, explicándole las cosas…pero todo tiene un límite.

Luego están los días llorones. No sé por qué, hay días que cada 10 minutos se enfada por algo y llora y me llama mamita. La mayoría de los enfados son con su hermano mayor. Y eso me sienta fatal, entiendo que los hermanos no se tienen que llevar bien todo el rato y se peleen. Pero me da rabia que Lucas se baje al nivel de Sara y la haga rabiar para que llore. Luego ella se enfada y le pega y los dos me llaman ¡mamita! ¡Que Sara me ha pegado! ¡Nooo, que Lucas me ha quitado mi muñeco! ¡¡¡¡Mamá!!!

Pues hay días en los que se junta todo, los enfados entre ellos, las negativas y discusiones, las exigencias, y a lo largo del día se suceden una y otra vez. Esos días pongo en duda mi forma de crianza, esos días me pregunto si todo el cariño y el amor que les doy sirve para algo, esos días me enfado y chillo y me siento mala madre, esos días intento desconectar un poco y me encierro en el baño pero la pequeña aporrea la puerta mientras grita mi nombre y yo lloro y me tapo los oídos y pienso que no puedo con todo… Esos días me siento taaan sola, esos días echo tanto de menos a Jose, tener a otra persona que también tome parte en el asunto, no ser siempre yo sola la buena y la mala, que Jose pudiera mediar, o quedarse con ellos y salir yo a la calle a respirar 10 minutos, o que se los llevase un rato. Esos días se me hace tan dura la maternidad.

A veces me siento muy sola. Mis padres y mi hermana trabajan y no están siempre cuando me gustaría. A veces, en días así, mi hermana se ha llevado un rato a los niños y yo he podido descansar y relajarme, pero no siempre hay alguien disponible.

Por suerte, esos ratos, esos días pasan y al rato mis dos hijos, el mayor tesoro de mi vida, me abrazan, me llenan de besos, me piden perdón, y vuelvo a sentir que la maternidad tiene sentido, que los amo por encima de todas las cosas, que soy buena madre y que ellos son los mejores hijos del mundo.

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