No hay mejor lugar que los brazos de mamá

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Soy madre hace 14 años

Parece que fue ayer cuando me convertí en madre por primera vez y ya han pasado 14 años. 14 años de ver crecer a ese bebé pequeñito y regordete que cabía en el hueco de mi brazo y que ahora es casi más alto que yo.Feliz cumpleaños

En todo este tiempo he aprendido y vivido muchas cosas que no imaginaba antes de ser madre. La maternidad te cambia la vida, totalmente. En la inmensa mayoría de los aspectos es maravillosa, aunque la maternidad también tiene sus cosas duras.

  • Hace 14 años aprendí a amar a alguien más que a mí misma. Es cierto, cuando tienes un hijo, el amor es algo imposible de describir, a tus hijos les quieres por encima de todas las cosas, a otro nivel.
  • En estos años he aprendido que una madre puede ir por la vida con muy pocas horas de sueño. Los primero meses son agotadores, la lactancia a demanda, los despertares frecuentes, los hábitos de sueño de los bebés que nada tienen que ver con los de los adultos…Pero oye, que duermes poco y encimas tiras, con unas ojeras que te llegan hasta el suelo, claro. Recuerdo esas primeras semanas, iba a casa de mis padres varias veces a la semana a comer. O eso creían mis padres. Yo en realidad no iba por la comida, ¡iba por la cama! En cuanto Lucas terminaba de mamar, les dejaba al niño y me iba rauda y veloz a dormir hasta que mi pequeño retoño necesitase la teta de su madre otra vez.
  • Paciencia, cuando te conviertes en madre, además de un bebé ganas un plus en paciencia. Si echo la vista atrás, veo cómo me he asentado, cómo pasaba de enfadarme por muchas cosas que ahora me parecen sin sentido a tener una paciencia infinita; paciencia cuando los niños tienen rabietas sin saber por qué; paciencia para volver a cantar la misma canción por décima vez; paciencia para escuchar sus peroratas sobre algún acontecimiento importante…aunque la paciencia, como todo, se agota y ha habido muchos momentos en estos 14 años que me he quedado sin ella. Menos mal que es como un pozo sin fin, y aunque momentáneamente se haya secado, el pozo se vuelve a llenar y volvemos a empezar.
  • Regreso a la infancia. Quién me iba a decir a mí cuando tenía 26 años que me iban a importar las cosas de mi infancia…un año después llegó Lucas y de nuevo me vi recordando esas canciones que me cantaba mi abuela, jugando tirada en el suelo a hacer torres con bloques de Lego, bañándome en una bañera donde había más juguetes que agua, disfrutando de la noria, comiendo chucherías…
  • Hace 14 años el miedo y la angustia llegaron para instalarse en mi corazón y ya nunca se han ido. Tienes un hijo, el ser más adorable y al que más quieres del mundo. Y con el amor infinito, también llega el miedo a perderlo, el dolor de verlo enfermo, el sufrimiento cuando sufre. Ser madre te convierte en sufridora nata. Lucas fue un niño que de pequeño tuvo varios ingresos por bronquiolitis y neumonías. Cada vez que veía a mi pequeño con esa dificultad para respirar, con mascarilla y suero, apagado en una cama de hospital, cuando pasábamos más días en urgencias que en casa, cada vez que me decían que había que dejarle ingresado porque no mejoraba se me partía el alma. Tengo dos anécdotas con las que ahora me río, pero recuerdo lo mal que lo pasé. Una noche, Lucas tendría 7 u 8 años, estábamos jugando antes de dormir, ya en la cama, cuando sin querer se tiró hacia atrás y se dio con el pico de la mesilla de noche en la cabeza. Se hizo una herida y empezó a sangrar. Y yo, la superenfermera que se enfrenta a cosas muy feas cada día, en ese momento me volví la madre más blanda del mundo, me mareé y casi pierdo el conocimiento. Era para vernos, en el mini cuarto de baño, yo tumbada en el suelo, Lucas sangrando y Jose tapándole la herida con una mano mientras con la otra me sostenía las piernas en alto a ver si se me pasaba el mareo. La otra anécdota fue cuando vimos la película “Lo imposible”. Estábamos en casa, Lucas ya estaba dormido y llega el tsunami. Cuando a la madre la arrastra el agua con su hijo Lucas, al que pierde y trata desesperadamente de agarrar, cuando son golpeados con violencia por todas las cosas que arrastra el agua…no podía respirar, la sensación de miedo, el hecho de que el niño se llamase como hijo, el sufrimiento que estaba viendo me hicieron tener una crisis de pánico. Tuve que apagar la película e ir a tumbarme en la cama con mi hijo, que dormía plácidamente.
  • Cuando me convertí en madre pasé de pensar sólo en mí a poner a mi hijo por delante. Recuerdo cuando era pequeña y había algo rico para comer, mi madre no se lo comía por dárnoslo a nosotras. Esas cosas sólo las hace una madre (y un padre). Antepones a tus hijos a tus  necesidades. Ellos se convierten en lo primero y en lo más importante, después, si sobra, si puedes, si hay tiempo, vas tú.
  • Hace 14 años que me convertí en una leona luchadora. Como decía una casposa de esas que salen en la tele “yo por mis hijos mato” Y es así, luchas por ellos hasta tu último aliento. Como madre no permites que les hagan daño (aunque les van a hacer daño muchas veces y no podremos evitarlo y sufriremos con ellos). Como madre te sacrificas, luchas, lo haces todo por su bienestar y en su beneficio. A veces me pregunto cómo he conseguido llegar donde estoy yo sola. Porque sí, porque aquí he llegado con poca ayuda, con mi fuerza y mi tesón. Cuando Lucas tenía 6 meses su padre nos dejó, nos quedamos sin casa (menos mal que mis padres nos acogieron casi dos años), sin trabajo, sin coche, con deudas y por supuesto, él no pasaba un duro de pensión. Pero yo me busqué la vida, encontré trabajo, me compré un coche, alquilé un piso y yo sola, con un niño pequeño, lo hacía todo, lo eduqué y lo saqué adelante. Hoy puedo decir con orgullo que mi hijo es un niño maduro y responsable ¡y adolescente!, que valora todo lo que he hecho por él aunque a veces lo olvide, es un niño sensato, seguro de sí mismo, cariñoso, educado, que se preocupa por los demás. Y eso lo hemos conseguido los dos, él con su forma de ser y yo con mi lucha diaria. ¿Quién me iba a decir hace 14 años que hoy tendría dos hijos y sería single mami?cumpleaños

Seguro que hay muchas más cosas que cambiaron en mi vida hace 14 años, cambios grandes y cambios pequeños, pero todos para bien. No cambio mi vida de antes con la de ahora, a pesar de sus malos momentos. Tengo dos hijos maravillosos, con los que disfruto muchísimo, que me han enseñado a ser mejor persona, dos hijos que también a veces, estoy deseando que se vayan a dormir y me dejen un rato de tranquilidad, dos hijos que son mi mayor tesoro.

Lucas fue el que abrió el camino del cambio, el que llegó a mi vida hace 14 años y la transformó, el que me hizo ser madre. ¡Muchas felicidades hijo! Gracias por haberme elegido para acompañarte en este camino.

Un libro personalizado para vencer el miedo

De nuevo, un libro entra en nuestra casa para hacernos pasar unas horas entretenidas y en esta ocasión, para ayudarnos a superar algunos miedos. El libro viene de la mano de Gemser.

Sara tiene varios miedos, algunos infundados y debidos a la edad y a la imaginación. Otros le deben venir de serie, como el miedo a los insectos y sobre todo, a las avispas. O más que de serie, le vienen de ver a la histérica de su madre cada vez que se encuentra un bicho… Prometo que intento contenerme y no ponerme nerviosa, pero es que si una avispa ronda a mi lado, no puedo parar, no puedo relajarme y termino levantándome de donde me encuentre para salir corriendo… Vale, para ese miedo tendré que buscarme un libro propio.

Uno de los miedos más importantes de Sara es el miedo a la oscuridad. El pasillo de nuestra casa es muuuuy largo y llegar a las habitaciones o los baños supone andar por el pasillo. Evidentemente, el pasillo está lleno de luces, pero para encenderlas hay que salir un poco del salón. Y cuando es de noche, Sara no pasa por ahí. Soy yo la que tiene que salir al pasillo a encender. Y la mayoría de las veces la tengo que acompañar hasta el baño o quedarme en mitad del pasillo esperando a que llegue a su destino. Con todas las luces encendidas. Imagino que a muchos os habrá pasado, lo veréis en vuestros peques, el miedo a la oscuridad y a los monstruos. Miedos que trato de minimizar, algunas veces con más acierto que otras.

Entonces descubrí el libro El miedo de Gemser libros personalizados. Un libro donde se habla en un lenguaje adecuado a los pequeños de cómo se pueden superar los miedos, con ayuda y paciencia.Libro el miedo

Lo mejor del libro es que además podemos personalizarlo, con el nombre de nuestros peques, su edad, una foto y la dedicatoria que le queramos poner. A Sara le encanta el capítulo de las pesadillas, se ríe mucho. Lo hemos leído varias veces para dormir y ella lo coge y se lo lee a sí misma. Personalizar el libro es muy sencillo y después de hacerlo, en menos de 10 días lo tienes en casa. Al final del libro hay unas actividades para hacer con los peques y una guía para los padres.Lirbo el miedo

Gemser es una empresa familiar especializada en libros infantiles, llenos valores, recursos educativos y contenidos de calidad, para ayudarnos cada día un poquito en la labor educativa. Hay multitud de opciones, que es lo que más me ha sorprendido. Hay libros de bienvenida a un recién nacido, libros sobre higiene, sobre las estaciones del año, para pequeños cocineros, libros sobre amistad, sentimientos, gratitud, libros sobre la mascota favorita del peque, sobre los abuelos e incluso libros para adolescentes (he encargado uno para Lucas sobre los cambios que se están produciendo en esta etapa).

Os los recomiendo, una buena opción para regalar a nuestros hijos o para hacer algún regalo personalizado. Os encantarán.

Ahora, desde Gemser nos ofrecen la posibilidad de ganar un libro gratis. Sólo tenéis que seguirlos en Facebook o Twitter y sortearán uno de sus libros entre todos los seguidores. ¡Suerte!

Las lágrimas de los adultos

Hace tiempo escribí las lágrimas de los niños donde hablaba sobre cómo muchas personas, padres y personal sanitario, trataban a los niños en algunas ocasiones con bastante falta de respeto y con muy poca empatía. Algo bastante desagradable que ocurrió hace unos días me hizo pensar que estas cosas no pasan sólo con los pequeños, también nos pasa a los adultos.

Recuerdo cuando tenía 17 años. Fui al hospital a quitarme una muela del juicio con cirugía. Estaba bastante nerviosa, pero no me hicieron mucho caso. Durante la cirugía, cirujana y enfermero se dedicaron a hablar de su vida privada sin tener en cuenta mis miedos y mi dolor, pues por más que yo les decía que aquello que me hacían me dolía, no me hacían ningún caso. En un momento hasta llegaron a llamarme quejica, pues supuestamente con la anestesia que me habían puesto no debía dolerme. Hasta que del dolor perdí el conocimiento y ahí sí me hicieron caso del susto que les di. Pero antes tuve que sentirme humillada. Días después, cuando fui a quitarme los puntos y con un miedo terrible en el cuerpo, el “carnicero” que me tocó me dijo que los puntos me iban a doler más que la propia cirugía. Decidí que no quería quitarme los puntos, el dentista me llamo malcriada, mi madre discutió con él, intento quitármelos a la fuerza y acabo clavándome el bisturí en el labio. Salimos de allí corriendo, con los puntos en la boca y un labio chorreante. Mi miedo a los dentistas seguía creciendo por momentos, decidí que me quedaría con los puntos para siempre, pero claro, eso no podía ser. Fuimos a otro dentista, yo con más miedo que vergüenza. Un señor dulce y amable empezó a hablar conmigo y a tranquilizarme, a decirme que sólo quería verme la boca mientras me contaba algo que no recuerdo y entonces, con una gran sonrisa, me dijo que ya habíamos terminado con los puntos. Ni me había enterado, todo gracias a su dulzura, a su empatía, a saber calmarme. Desde ese momento pasó a ser mi dentista para siempre.file000753676401

Creo que fue en ese momento cuando acabé de decidir que quería ser enfermera, y aunque yo era muy miedosa y todo el mundo pensaba que no podría con ello, durante la carrera aprendí a controlar mi miedo y desde ese momento pase a ser una buena paciente. El del dentista no fue mi único momento desagradable con la sanidad. Varias veces, al ir a hacerme análisis de sangre, me mareaba y en ocasiones hasta me caí al suelo y alguna vez me llevé una reprimenda por parte de enfermeras gruñonas por haberme mareado y haberles hecho levantar el culo de su silla (si, no se ofendan mis compañeras de profesión, que no digo que todas sean así, pero que haberlas haylas….)

En realidad ¿qué es eso de ser buen paciente? Pues parece ser que el buen paciente es aquel que no se queja, aquel que no demuestra sus sentimientos, aquel que se porta bien. El resto de las personas, las que tienen miedo, las que son nerviosas, las que se mueven durante una prueba y gritan de dolor, esas no son buenos pacientes. Y eso crispa mis nervios.

Llevo casi 20 años trabajando como enfermera y en esos años me he encontrado de todo. Y por desgracia, me he encontrado con mucho personal sanitario que considera que hay malos pacientes. No digo que el personal sanitario trate mal a los pacientes y no tengan empatía. Digo que algún personal sanitario trata mal a los pacientes que no se portan bien.file0001398432795

Las mejores mujeres de parto son aquellas que paren sin dolor, que no se quejan. O eso es lo que creen muchos ginecólogos. ¿Dónde queda el poder expresarse libremente, el poder liberar las cuerdas vocales, el gritar para calmar el dolor? Yo parí sin epidural y grité y me dolió menos, o por lo menos no tuve que estar pendiente de esconder mi dolor. En ese momento no fui una buena paciente y por suerte para mí, a mi matrona eso le daba lo mismo, ella estaba allí para acompañar mi parto y me dejó hacer, entendía mi dolor y lo dejaba fluir. Pero en esta sociedad, parece que la madre que grita, que se libera, es peor paciente que la que sufre en silencio.

Hace unos cuantos años mi hermana estaba embarazada. Había pasado por varios abortos y de nuevo había empezado a sangrar. Fue al servicio de urgencias del hospital donde yo trabajaba y yo entré con ella, vestida de enfermera. No sé cómo fue, pero la ginecóloga que le estaba haciendo la ecografía me confundió con personal del paritario, no sabía que yo era su hermana. En la eco vio que el embrión no tenía latido, mi hermana había tenido otro aborto. Después de 4 o 5 previos, estaba fatal y se derrumbó allí en la camilla, empezó a llorar a grito pelado, a chillar lo injusta que era la vida… Entonces, la ginecóloga me miró y me hizo un gesto con el dedo como diciendo que estaba loca. Me acerqué a ella, pero seguía pensando que yo era una enfermera desconocida y me empezó a decir bajito que la paciente era una exagerada, que cómo se ponía…entonces le dije que era mi hermana y la cara le cambió, me pidió perdón y no sabía dónde esconderse. ¿No es legítimo sufrir por un hijo no nacido? ¿Es acaso el dolor menor? Para esa ginecóloga, está claro que tener un aborto era algo que por su profesión, ella veía a diario, pero nunca se había parado a pensar en el dolor de esa madre, a ponerse en su lugar, las mujeres que lloran y expresan su dolor por una pérdida son malas pacientes. Quizás, para hacernos más humanos, algunas personas deberían pasar por situaciones similares, sufrir para conocer el sufrimiento de otros y aprender a tener más empatía.

Siempre me ha molestado eso, ver cómo a algunos pacientes se les trataba peor que a otros por quejarse más. No nos paramos a pensar que detrás de ese dolor puede haber algo más, o no, simplemente, el umbral de dolor es distinto en cada persona. Pero ahora me he vuelto mucho más sensible con estas cosas. Desde mi pérdida he descubierto el poder sanador de los abrazos. Y doy muchos abrazos en el hospital, muchos más de los que había dado antes. Antes escuchaba, calmaba, tocaba a los pacientes, pero ahora también los abrazo cuando veo que lo necesitan.

Una mujer que llora durante una cura, no por el dolor de la misma sino por el miedo de lo que pueda pasar, que está nerviosa, que recibe críticas de su hijo delante nuestra por tener sobrepeso. Al finalizar la cura y lavarme, la abracé e intenté tranquilizarla con mis palabras. El efecto fue brutal, en unos instantes se había calmado y se marchó a su casa visiblemente más tranquila. No es tan difícil.file000788055222

Hace unos días volví muy molesta a casa y eso fue lo que me hizo sentarme a escribir. En un momento determinado de la mañana, una paciente llegó muy nerviosa a hacerse una prueba, tanto que al final dicha prueba no pudo llevarse a cabo y hubo que reprogramarla. En vez de tratar de calmar a la paciente, dos personas no paraban de decirle que así no se podía venir, que por culpa de sus nervios no habían podido hacerlo y hasta llegué a oír que le decían había perdido los papeles. Yo intenté tranquilizarla pero mis palabras ya no surtieron efecto sobre tanta devastación y la mujer se fue incluso peor de lo que había venido, con la culpabilidad flotando sobre su cabeza.

¡No puede ser! ¡Somos personal sanitario y nuestra labor no es sólo curar y cuidar! También hay que escuchar, que comprender, que empatizar. Cada persona es un mundo, cada persona lleva su propia mochila a cuestas. Las experiencias vividas, las situaciones personales, hacen que las personas reaccionen de distinta manera ante una misma situación. . Una vez tuve una paciente que se puso a llorar mientras hacía una espirometría porque yo “le grité” que soplara más fuerte. Se asustó. Y vi que no hacía falta gritar tan alto para que las espirometrías saliesen bien, sólo hay que saber incentivar al paciente. Fue la primera y la última vez que alguien lloró conmigo durante esa prueba. Esa situación cambió mi forma de hacer las cosas.

Los adultos también lloramos, también nos asustamos, también tenemos derecho a quejarnos, a sufrir y a ser oídos y comprendidos.

Imágenes extraídas de morguefile

Las lágrimas de los niños

Llevo varios días intentando escribir esto, pero no puedo por falta de tiempo, que no por falta de ganas. Todas las mañanas, todas sin falta, me pasa lo mismo.

Trabajo en un hospital. En una zona, donde cada día, pasan niños a los que tenemos que hacerles pruebas y/o analíticas, curas y otros procedimientos. Niños que vienen asustados, que no saben que les van a hacer y a los que se les realizan actos más o menos invasivos. Todos, absolutamente todos, lloran. Normal ¿ verdad?PrickBebered

Porque lo que me remueve por dentro cada día, es que parece que NO es normal. Algunos compañeros de profesión, regañan a los niños por llorar, por portarse “mal”, por revolverse. Pero ahí no acaba todo. Los propios padres, les regañan hasta la saciedad, les amenazan con quitarles cosas e incluso he llegado a ver algún cachete a niños que rato después de la prueba seguían llorando desconsoladamente.

No puedo con estas escenas. Ni con los comentarios injustos que se les hacen a los niños. He visto a personal sanitario regañar a los niños por gritar o llorar, llamarles maleducados, amenazarles con echar a sus padres de la sala por no dejarse hacer una prueba. Y al final, se lo hacen a la fuerza, con más miedo y dolor por parte del niño.

La otra parte que no consigo entender, es la de muchos padres. Llevan a sus hijos al médico, les sacan sangre o les hacen unas pruebas bastante dolorosas y molestas, ¿qué es lo que esperan? «¿que sean niños buenos?» Los niños están asustados y necesitan el apoyo de las personas en las que más confían. Pero, si después de todo, sus padres les regañan y castigan, ¿cómo van a calmarse esos pequeños? Por favor, ¿tan difícil es ponerse a su altura? Agacharse, abrazarlos, explicarles en la medida de lo posible, calmarlos. Entender que simplemente, son niños, que están asustados, que les han hecho daño y que necesitan consuelo, no unos padres que les regañen por llorar.

¿A cuántos adultos no les gusta que les saquen sangre, por ejemplo? A muchos. Y nos dejamos hacer los análisis porque entendemos que es una necesidad. Pero, un niño pequeño, no entiende ese concepto, no entiende que por su bien, que en la sangre hay un montón de compuestos que una máquina analiza en el laboratorio y con eso saben si está enfermo o no….  Y como no lo entienden, somos nosotros los que tenemos que entender su miedo, su dolor, y calmarlos y tranquilizarlos. Si andando por la calle, nuestro hijo se cae y se hace una herida, corremos a socorrerle. Entonces, si en el hospital le hacen una prueba dolorosa, ¿por qué no hacemos lo mismo?

Yo he probado una técnica diferente. Hablar, dialogar, explicarles, adaptándonos a la edad de cada uno,  dejarles que se relajen, darles un tiempo para que salgan de la consulta y fuera se queden más tranquilos antes de volver a entrar. Y explicarles el cómo y el porqué de las cosas. Hacerles saber que es normal tener miedo y dejarles expresar sus sentimientos. La mayoría de las veces, funciona, desde luego, mejor que las amenazas y las fuerzas. Y si no me entienden, siempre lo hago con una sonrisa, a ser posible, que estén sentados y abrazados a sus padres. Los padres también tienen un papel importante en todo esto, más que nosotros, evidentemente. Antes de llegar a la consulta, en casa, tienen que contarles lo que les van a hacer, sin darle importancia, tomarlo como algo natural y necesario. No sirve de nada que los padres lleguen asustadísimos por lo que se les va a hacer a sus hijos, porque transmiten ese miedo a los pequeños.

El otro día, mi amiga Lorena me comentaba una escena parecida. Llevó a la niña, de apenas 14 meses, a hacerse una analítica. La niña iba asustada, a esa edad, casi todos los bebés temen las batas blancas, porque las relacionan con las vacunas y las revisiones periódicas. Al llegar a la sala de extracciones, una persona le sujetó el brazo a la fuerza para que la enfermera pudiera pincharla, sin avisar, sin mediar palabra. El susto de la pequeña era aún mayor, y, evidentemente, su instinto le hacía retirar el brazo. La niña lloraba, chillaba y se revolvía y una de las personas que estaba en la sala, empezó a decir que la niña era una soberbia, que vaya genio tenía. Se lo decía a la madre, directamente. La madre, en ese momento, se quedó tan cortada que no supo qué responder. Y además, estaba más pendiente de atender a su hija.  Pues ahora aprovecho yo para decirle a esa persona, en primer lugar, que si trata con niños, debería tener más paciencia y sobre todo, más empatía. Y en segundo lugar, que se informe antes de soltar palabras por su boca, porque, según la RAE, Soberbia, en su cuarta acepción  significa «Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas». Y esta niña no sentía ira, lo que sentía era miedo, y no se expresaba con acciones descompuestas ni palabras altivas, lloraba e intentaba zafarse porque es lo que le pedía su instinto de supervivencia.

Todos los días, veo estas escenas. Todos los días, salgo con mal cuerpo, viendo como no se respeta el miedo de los pequeños, escuchando comentarios que no deberían hacerse. Todos los días, me acerco a algún pequeño y le llevo un dibujo y unos lápices, para que coloreen y olviden el mal rato, y todos los días, un gesto tan simple como este, funciona. Todos los días, quiero agacharme y abrazar a todos esos niños asustados a los que sus padres regañan. Todos los días…

EDITADO

Para la gente que sólo lee entre líneas, hago una aclaración. 

NO digo que todo el personal sanitario trate mal a los niños, ni muchísimo menos. Por suerte, hay muchos grandes profesionales sanitarios que se dedican a hacer las cosas más fáciles a los pequeños. Digo, que por desgracia, he tenido que ver y sigo viendo cada día, gente que en mi opinión, no está capacitada para tratar con niños. Evidentemente, para ciertos procedimientos, hay que sujetar a los niños, pero no es lo mismo sujetar un brazo para una analítica con una sonrisa y palabras dulces que hacerlo de malas maneras. En mi trabajo, estoy rodeada de grandísimos profesionales y también, de compañeros que no merecen ese calificativo. 

NO digo que todos los padres que ven llorar a sus hijos por quejarse y tener miedo, les regañen y les castiguen. Por suerte, la mayoría de los padres entienden que los niños están viviendo una situación traumática para ellos y les consuelan. Por desgracia, también he visto y sigo viendo a padres, que sí les regañan por llorar, padres que gritan a sus hijos porque les están «dejando en ridículo» (palabras dichas por los propios padres). 

No pretendo, ni mucho menos, menospreciar el trabajo del personal sanitario, ni pretender ser la mejor y la más «guay». Este post es sólo para plasmar una realidad que veo cada día. No considero que yo lo haga mejor que nadie, repito que tengo la gran suerte de trabajar con muchas personas fantásticas, que tratan a todo el mundo con respeto. Esto es sólo una opinión, una visión, MI opinión

Quiero aprovechar para alabar a la enfermera de mi hija, que siempre, cuando ha habido vacunas, se las ha puesto con mi hija en brazos y me ha animado a hacer «tetanalgesia» para que el dolor fuera menor. La sanidad tiene grandes profesionales. 

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