No hay mejor lugar que los brazos de mamá

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Tu hija tiene mamitis

“¡Esta niña tiene mamitis!” o “eso es porque está enmadrada” son algunos de los comentarios que escuchamos las madres con mayor frecuencia. Ya sabemos que en esto de la crianza todo el mundo puede opinar y soltar perlas de este tipo por la boca. Y esos comentarios a veces duelen, sobre todo cuando vienen de círculos cercanos.

Desde el momento del nacimiento, los bebés necesitan estar con sus madres, crear un fuerte vínculo con ellas. Los primeros meses, la madre es lo más importante para el bebé. Con el tiempo, este círculo de apego seguro se va ampliando y los bebés comienzan a querer estar con otras personas. Pero por lo general, su madre sigue siendo su principal punto de referencia.

Los primeros meses de Sara, no quería que nadie la cogiera. Si alguien me la quitaba de los brazos, ella se ponía a llorar y ya llegaba la consabida frase: “¡qué mamitis tiene esta niña!” a lo que yo siempre respondía “¡menos mal que le ha dado por querer estar conmigo y no con el cartero o con la vecina!”

En realidad, la mamitis no existe. Lo que sucede es que los niños, que son muy pequeños y no saben gestionar sus emociones, se angustian cuando se separan de sus madres y lo expresan llorando. Es un proceso normal y natural del desarrollo evolutivo de los niños.

Imagen de Pixabay

Imagen de Pixabay

En estos 4 años, hemos pasado muchos momentos de angustia por separación. La peor época fue cuando empezó la guardería y se quedaba llorando. Claro, la culpa era de la teta…si no tomase teta, seguro que no lloraba.  ¿Me vas a decir que los bebés alimentados con leche de fórmula no lloran al inicio de la guardería? Pues como en todos los casos, no se puede generalizar. Unos niños se angustian más que otros por la separación de sus madres, da lo mismo que tomen teta, biberón o chuletones.

El año pasado, cuando cambié de trabajo y empecé a trabajar algunas noches, volvimos a pasar por un periodo angustioso. Tenía que dejar a Sara a dormir en casa de los abuelos. Imagina el panorama, siempre hemos dormido las dos juntas y de pronto, no sólo tiene que dormir en otra casa y en otra cama, sino que lo tiene que hacer sin mí. Esto ha generado algunos pequeños conflictos, sobre todo con mi padre, que lejos de entender que la niña estaba angustiada y asustada por tener que separarse de mí, decidió que la niña tenía mamitis y que la culpa era mía por haberla dejado dormir conmigo.

Ahora de nuevo pasamos por un periodo en el que mi hija necesita más de mi presencia y mi contacto. Desde que volvimos de las vacaciones de Semana Santa, no quiere ir al colegio ni a las clases de baile. Llora amargamente porque no quiere quedarse sola y que me vaya. Y también llora cuando se queda en casa de los abuelos. Sé de sobra que en el colegio lo pasa de maravilla, es más, si la lleva el abuelo, se queda feliz y contenta. Pero cuando está conmigo, no quiere que nos separemos. No tiene mamitis. Ella no entiende que tengamos que separarnos y sufre. Yo me agacho a su altura, la abrazo, hablo con ella calmadamente y le cuento todo lo que vamos a hacer juntas cuando la recoja del colegio o cuando vuelva del trabajo.

Es importante dejar que nuestros hijos se expresen, aunque sea llorando. Debemos estar ahí para calmarlos, para darles seguridad, para que sientan que pueden contar con nosotros. De esa forma se sentirán seguros.

Nuestros hijos no tienen mamitis. Eso no existe. Lo que tienen es necesidad de amor, de cariño, de seguridad. Son etapas normales en el desarrollo de cada niño. Todos los niños, en mayor o menor medida sufren esta angustia y nosotros debemos estar ahí para apoyarles, para darles nuestro amor. No debemos castigar ni penalizar estos comportamientos.  Tratar a nuestros hijos con amor y cariño les hará crecer felices y con una alta autoestima.

La maternidad de la A a la Z – S de Separación

Ya se ha terminado prácticamente el verano, y volvemos a las rutinas y las costumbres, volvemos a las cosas conocidas, unas buenas y otras no tanto… Una de las cosas que sí me gustan, es el Diccionario de la Maternidad, de Vero y que semana a semana, vamos completando, a veces, solo a veces, cuando podemos, porque, por querer, siempre querríamos.

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Esta semana he estado desconectada total, ya sabéis muchos lo que estoy pasando. Confieso que ni me había enterado de que esta semana volvía el súper diccionario, me he enterado hace un ratillo. A lo largo del mes de Agosto, he esbozado unas entradas para mi diccionario, que pensaba terminar de pulir para publicarlas cuando llegase el momento. Pero, ahora que ha llegado el momento, no me sale terminar ninguna de ellas, porque no son acordes al momento que estoy pasando. Así pues, y aún a riesgo de repetirme y de resultar cansina, he decidido hacer caso de lo que me dice mi corazón ahora mismo, y escribir sobre el sentimiento que esta semana me inunda.

S de Separación

A lo largo de nuestra vida, nos separamos de un montón de personas, de objetos y hasta de animales. Unas separaciones son forzosas, otras nos vienen impuestas; unas cuestan más que otras de asimilar. E incluso, en algunos momentos, hasta resultan beneficiosas. Pero hoy quiero hablar de la separación de los hijos.

Cuando nos convertimos en madres, no estamos preparados para la cantidad de separaciones que vamos a tener que vivir junto a ellos. Creo que pensamos en los duros momentos que tendremos que pasar al separarnos. Y según van pasando los años, a veces nos adaptamos, pero siempre nos duele.

Con el mayor, que tiene 11 años, he vivido infinidad de momentos de separación, todos duros y difíciles a su manera. Cuando empezó a ir a la escuela infantil; cuando empezó el colegio; cuando durmió por primera vez en casa de los abuelos; cuando se fue el primer fin de semana a casa de su padre; las primeras vacaciones alejado de mí; el primer día en casa de un amigo……… Y así, infinidad de ocasiones en las que, como ya digo, aunque nos vayamos acostumbrando, nos sigue costando, saber que nuestro niño va a estar alejado de nosotros. Esos momentos de separación, también son duros para ellos, evidentemente.

Hoy, hace justo 18 meses que mi princesa preciosa decidió venir a llenar mi vida de alegría. 18 meses que hemos compartido juntas, sin separarnos más que unas pocas ocasiones. Decidí dejarlo todo por ella, por vivir cada instante de su vida, por no perderme nada. El tiempo pasa muy deprisa, y un día te das cuenta de lo rápido que han crecido, de las cosas que ya no volverán. Te acuerdas de cómo con el mayor te perdiste sus primeros pasos, su primer pipí en el orinal o su primer dibujo con pintura de dedos, porque esas primeras cosas las hizo en la escuela infantil, y aunque luego lo seguía haciendo en casa, sentía que había perdido algo. Ahora, con la niña, no quería que me pasara eso. Y estos 18 meses han sido los más completos de mi vida.

Pero, inevitablemente, llega un día en el que tienes que separarte, aunque no te guste. Yo nunca lo he hecho por gusto, no he querido ir a “disfrutar” de algo sin ella, aunque mucha gente me decía que estaba bien hacer cosas sin los hijos, tener un ratito de libertad, tener tiempo para mí, me criticaban por estar tanto con ella, bla, bla, bla. Yo no he sentido esa necesidad de separación. Pero como digo, todo llega.

Y llegó el primer sábado por la tarde, en el que se fue con su padre y su hermano, a pasar el día con los tíos y los abuelos. Y me quedé triste  y sola. Y la casa se me hacía muy grande. Pero sabía que estaba bien, que ella se había ido feliz y contenta. Y así, cada fin de semana, se iba unas horas y nos separábamos, pero sin pena ni angustias.

Y llegó Septiembre. Y con él, la SEPARACIÓN obligatoria. Porque no me ha quedado más remedio que incorporarme a trabajar fuera de casa. No lo voy a volver a contar, está todo aquí. Y esa es la separación de la que quiero hablaros. La que nos causa una profunda angustia a las dos.

Ha comenzado la escuela infantil. El primer día estaba contenta, no sabía muy bien donde iba. Se quedó allí extrañada, y yo me fui sintiéndome rara y vacía. Con un nudo en el estómago. Las dos horas del periodo de adaptación pasaron lentas y antes de que llegase el momento, ya estaba allí para recogerla. Entonces, salió triste. La cogí en brazos, se apoyó en mí y no me soltaba, enganchada a la teta, me senté un rato antes de poder bajarla de la bandolera, porque no quería soltarme. Y tampoco quería hablarme. No decía nada, solo estaba allí, cerca de mí. Unas horas después, volvía a estar risueña, aunque esa noche, durmió fatal, llorando y nerviosa.

Pero lo peor han sido los días siguientes. Porque al llegar a la escuela, ella ya sabía que la iba a abandonar, que la iba a dejar en un sitio raro, con desconocidos, que iba a estar sin mí. Se quedaba llorando y salía llorando igual. Su conducta el resto del día ha sido bastante diferente de lo habitual. A parte de estar triste durante varias horas, llora con mucha más frecuencia que de costumbre, se enfada sin motivo, sólo quiere estar conmigo. Tiene angustia de separación. La misma que tengo yo por tener que dejarla. Cuando la recojo, intento estar el máximo tiempo posible con ella, recuperar esas dos horas que hemos perdido. Dormimos la siesta muy juntas. Y hasta cenamos juntas, porque no quiere sentarse en su silla. Está desconfiada, teme que la vuelva a dejar. Y me encantaría decirle que no va a pasar, que no me voy a ir. Pero no es así. Mañana por la mañana nos separaremos otra vez. Y al otro. Y al otro. Y nos adaptaremos, porque siempre lo hacemos. Pero eso no quiere decir que nos guste la separación. Ella aprenderá a la fuerza, que aunque llore, el rato que está en la escuela, yo no voy a aparecer para consolarla. Y poco a poco, dejará de llorar y se acostumbrará, incluso jugará y se divertirá. Pero cuando yo vuelva, una parte de ella estará enfadada conmigo, porque nos hemos separado. No lo entiende, por más que se lo explique, por más que se lo adorne, porque es muy pequeña.

¿Y yo? ¿Entiendo yo la separación? Pues tampoco. La tolero, porque soy adulta y sé que es lo que hay, que es lo que toca. Pero no la entiendo. No la quiero. No quiero separarme de mi pequeña, no quiero que la cuide otra persona. Quiero estar con ella las 24 horas del día, porque es mi hija, porque es lo que necesito, porque mis entrañas me gritan que quiero estar con ella. Porque ya tendremos tiempo de estar separadas, de que ella busque su espacio. Pero ahora me parece tan pequeña….

Separación, que palabra más dolorosa, que palabra más angustiosa.

Primer día en la escuela infantil

El temido día llegó, ese día que tanto deseaba que no llegase. El día en el que tendría que dejar a mi pequeña al cuidado de unos desconocidos. Sí, inevitablemente, los días pasan inexorables y el día ha llegado. Ayer, mi pequeña empezó la escuela infantil.

La noche previa fue muy mala. Estaba nerviosa, no dejaba de pensar en que por la mañana, la peque se iba a quedar dos horas sin mí, en un sitio que no conoce y con gente a la que no ha visto nunca. No era capaz de dormir, no podía dejar de mirarla, tumbada a mi lado, con su cara de felicidad, sin saber lo que se le avecinaba. Imposible relajarme. Esa sensación de culpabilidad, de no haber hecho todo lo que estaba en mi mano, esa sensación de abandono…. A las dos de la madrugada seguía dando vueltas, buscando a algún alma insomne que compartiera mis penas por whatsapp, pero normal, todo el mundo estaba dormido…. Al final, conseguí dormirme, pero soñé que la princesa, cuando era mayor, me decía que la había abandonado…. Lo que hacen las cabezas pensantes. Vaya noche de pesadilla. Y para colmo, a las 7,15 de la mañana, se despertó y no se volvía a dormir. Bueno, no en ese momento, porque empezó a cerrar los ojillos justo 5 minutos antes de que sonase el despertador….

Esta primera semana es de adaptación. Nos tocaba empezar 2 horas al día. En cada centro, hacen las cosas de una manera, por lo que he podido observar. En casa no me di excesiva prisa con los desayunos ni nada, así que llegamos al centro a las 10.15. Como había más padres dejando a los niños, alargamos el momento de la separación otros 5 minutillos. Al llegar, la peque estuvo contenta y distraída, correteando por el patio de la mano de su hermano, subiendo a un tobogán… Pero en el momento en que su profe salió a buscarla, ya cambiaron un poco las tornas. Se subió a mis brazos y no se quería ir con ella. Al final, se fue, con cara extrañada, pero sin protestar, y hasta nos dijo adiós con la mano. En ese momento, cuando se la llevaron y dejó de verme, empecé a llorar. No lo podía evitar. Que nudo en el estómago, que congoja. Qué recuerdos, de pronto, todos acudiendo en tropel, de cuando pasé por la misma situación hace 11 años con el mayor. Pueden cambiar muchas circunstancias de la vida, pero la sensación de separación de tus hijos, esa no cambia por más tiempo que pase.

Me repito una y otra vez que no debo sentirme culpable, que ella va a estar genial, que va a aprender, que va a conocer a niños, que va a hacer cosas que en casa no hacíamos……. Me repito que es esta sociedad que vivimos la que nos “obliga” a incorporarnos al mundo laboral y dejar a nuestros hijos al cuidado de otras personas. Me repito la suerte que tengo, de haber podido dedicarle 24 horas al día durante 18 meses. Me repito que estoy casi en la ruina, por haber emprendido mi negocio, pero que no me importa, porque lo he hecho por ella y eso nos ha dado un montón de meses extras. Y también me repito que por ese motivo, tengo que volver a trabajar, para tener dinero para llegar a fin de mes y poder cuidar bien de mis dos hijos. Pero a pesar de repetirme todo eso, me sigo sintiendo mal. Con el tiempo, las cosas pasarán. Pero con el tiempo, espero también que el negocio despegue y pueda volver a pedirme una excedencia.

Uy, ya me he enrollado, que esto era un resumen del primer día de escuela.

Bueno, pues en esas 2 horas que tenía (menos, en realidad, jejeje), hice alguna cosilla y nos fuimos pronto a buscarla, 10 minutos antes de la hora estábamos allí, vamos, que en realidad ha estado 90 minutos de adaptación. No sé quién tenía más ganas de verla, si yo o su hermano, que se ha metido dentro, a ver si la veía en clase. Y sí, la vio, estaba tranquila, pero en cuanto ella le vio a él, se puso a llorar y se tiró a sus brazos. Y en cuanto me vio a mí, se lanzó a que la cogiera y a su adorada teta. Me dijeron que al entrar en clase lloró un poquito, pero que luego estuvo jugando e investigando por allí y estuvo genial. Nos han dado una agenda, que tenemos que llevar cada día. Primer día superado.

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El camino de vuelta a casa, no habló nada, con lo charlatana que está últimamente, sólo quería estar con su teta y apoyada en mí. Luego, parece que ya se relajó un poco y volvió a salir mi pequeña risueña de siempre. Aunque estaba bastante cansada del madrugón y nos echamos una pedazo de siesta las dos juntitas.

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Esta noche ha sido bastante movidita. Se ha revuelto más que de costumbre y se ha despertado un montón de veces llorando y diciendo «no, no, no». ¿Estaría pensando en la escuela?…. Y ahora queda esperar que los siguientes días sean, por lo menos, tan buenos como el primero. Pienso que dentro de un rato, cuando la lleve, le va a costar más, porque ya sabe que la voy a dejar allí y lo que le espera. Puffff, ya os contaré que tal nos vamos adaptando las dos. Porque esta semana es el periodo de adaptación, pero no sólo de la escuela infantil, también el periodo de las madres que sienten la angustia de separación de sus hijos.

 ¿Qué tal la adaptación a la escuela de los vuestros?

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